Chapter Text
Desde que Wei Wuxian llegó al Muelle de Loto, su futuro parecía escrito. Se convertiría en un cultivador poderoso, la mano derecha del futuro líder de la secta Yunmeng Jiang, y dedicaría sus días a ayudarlo y protegerlo. Por eso, nunca imaginó un camino distinto y, por un tiempo, fue feliz… incluso con el constante abuso psicológico de la señora Yu, los latigazos, las faltas de respeto hacia sus padres y cada regla absurda que debía seguir por política o simplemente para evitar un castigo.
Y entonces estalló la guerra. Y descompuso a todos. Perdieron a sus padres, sus hogares, y algunos incluso la vida. Pero Wei Wuxian pareció perder más que cualquiera: llevaba noches enteras peleando contra pesadillas y tratando de ignorar el frío persistente en el pecho. Aun así, la energía resentida —que supuestamente debía dañarlo— terminó ayudándolo. Aunque su cuerpo estuviera más frágil, esa energía lo protegía cuando las cosas se complicaban, y por eso, al menos, estaba agradecido.
Sin embargo, la misma energía que lo ayudaba lo convirtió en el Yiling Laozu —un título que detestaba—, y fue la chispa que encendió todo tipo de rumores ridículos: leyendas sin sentido sobre un hombre que marchaba con los muertos a la medianoche, raptaba mujeres y niños y los convertía en esclavos. Por los dioses, ¿acaso esa gente entiende que sus chismes hablan de un adolescente de dieciocho años?
Los rumores deberían desvanecerse con el tiempo, pero incluso después de la guerra, el Yiling Laozu seguía existiendo en la boca de todos. Ahora que todo “va bien”, ahora que los perros Wen están muertos —¿lo están?, ¿todos?— y la gente intenta recuperar la normalidad tras dos años de oscuridad, Wei Wuxian sigue siendo el cultivador demoníaco maligno, la sombra en el rincón de la habitación, el motivo de murmullos constantes. Y él sabe que solo es cuestión de tiempo para que se acabe la euforia por la muerte de Wen Ruohan y él se convierta en el siguiente blanco.
Así que tomó una decisión.
Era un día soleado en el Muelle de Loto cuando Wei Wuxian—no, Wei Ying—despertó. Por primera vez en meses había dormido algo; después de horas pensando, por fin tenía una respuesta.
Con el cabello húmedo luego de bañarse, el adolescente se movía de un lado a otro, guardando su ropa en una maleta negra. No toda, claro: la ropa morada con el símbolo de Yunmeng Jiang se quedaba atrás, igual que el uniforme blanco de sus breves días en Gusu Lan.
Wei Ying sabía perfectamente que su decisión era egoísta. La secta estaba pasando por un momento duro, reconstruyéndose desde las cenizas después de tantas muertes. Pero, cielo santo, toda su vida había tomado decisiones basándose en lo que era mejor para Jiang Cheng, para Jiang Yanli o para la secta. Nunca para él. Y ahora, por primera vez en años, no sentía nada negativo. ¿Acaso no podía permitirse ser egoísta solo esta vez?
Sonrió al ver la maleta cerrada. Eran casi las cinco de la mañana; Yunmeng no era Gusu y todos seguían dormidos. Milagrosamente, Wei Ying no tenía sueño, así que tomó sus cosas y caminó por el pasillo vacío, sus pasos resonando por todo el edificio. No importaba: nadie dormía cerca de su habitación, siempre tan asustados del supuesto “hechicero malvado” del que hablaban las leyendas. Todo era tan absurdo que le dio risa. Se detuvo un momento para ver el amanecer. El sol siempre salía temprano en Yunmeng; en los viejos tiempos le hacía compañía a un Wei Wuxian de catorce años que volvía a esa hora después de una noche entera de fiesta.
Solo han pasado cuatro años, pero todo parece distinto. Su cabello, suelto a lo largo de la espalda y recogido apenas por una cinta roja en una media coleta, se mece con el cálido viento de verano. Sin volver la vista atrás,
Wei Ying se marcha.
