Chapter Text
—Trinity.
Una mano sacudiéndola. Una voz masculina. Pero, ¿quién…?
—Trinity. Trin, despierta.
Apartó a quien fuera con un manotazo, se revolvió y abrió los ojos. Neo estaba allí, mirándola con una sonrisa tierna. Había olvidado que estaba de vuelta en Sión y tenía compañía.
—Buenos días, bella durmiente. Se te veía muy a gusto ahí entre las mantas, pero ya es la hora perfecta para el brunch, así que…
—¿El qué? ¿Qué hora es, Neo?
Tarde, demasiado tarde. A pesar de encontrarse física y mentalmente exhausta, el sueño había tardado muchísimo en llegarle. A Neo también le había costado, pero albergaba el recuerdo vago de haberlo sentido completamente frito acurrucado contra su cuerpo con un respirar lento y profundo que había terminado por arrullarla y vencerla. Había supuesto que despertaría temprano, como de costumbre, y se había olvidado de activar la alarma. Se puso en pie de un salto, sorteó a Neo y fue corriendo a aclararse la cara y buscar algo de ropa limpia. Sacaba un jersey del armario cuando Neo la agarró del hombro para frenarla.
—¿Qué pasa, Trin? ¿Qué prisa hay?
—¿Que qué prisa hay? Quiero ir al hospital a ver a Tanque, el Consejo quiere entrevistarme para entender que hayamos vuelto con cinco tripulantes muertos y el Elegido bajo el brazo, me vendría bien acercarme a los hangares y hablar con Pitch para saber cuánto estaremos en tierra, hay que preparar los funerales de...
—Para, por favor —le pidió con voz suave. Trinity soltó un bufido y Neo le acarició la mejilla con el dorso de la mano mientras la miraba con gesto de súplica—. Anda, ¿por qué no disfrutamos mi primera mañana como recién nacido? Te he hecho tortitas y todo.
—¿Tortitas? —Apenas recordaba el plato, pero al escucharlo, su sabor le vino a la mente de manera fugaz. Con sirope de arce le encantaban en su otra vida. Neo sonrió como haciéndose el inocente.
—Bueno… Lo habría intentado, pero, teniendo en cuenta que no hay cocina y que, de todos modos, no sé cocinar ni aunque me vaya la vida en ello, no he podido. Como premio de consolación, he buscado la lata más bonita de todas las que tienes y la he llenado de pringue solo para ti.
—Para que luego digan que ya no quedan caballeros. Deberías haberme levantado.
—Puede, pero tienes cara de necesitar el descanso.
—Sí, mamá.
Neo se preocupaba por su bienestar, esa era nueva. Pasó a vaciar la vejiga un momento e hizo un resumen somero de la situación. Estaban varados en Sión durante un tiempo indeterminado, pero, a juzgar por la paliza que la nave había recibido, estimaba como mínimo una semana larga. Y eso siempre que cayera en las mejores manos y tuvieran suerte para encontrar los repuestos pronto o inventar parches ad hoc. En todo caso, pasarían días hasta que pudieran ponerse en marcha. Mientras tanto, debería quedarse en su pequeño estudio y Neo estaría con ella. Debía admitir que era lo lógico: el pobre diablo no tenía nada ni a nadie en el mundo real y ambos estaban tan enamorados que sus sentimientos habían bastado para resucitarlo. Nadie le había preguntado. Todos, incluso ella misma en el fondo, habían asumido sin más que Neo pasaba a ser problema suyo y así habían obrado tácitamente a lo largo de toda la velada anterior.
Se había echado novio y compañero de piso, todo junto y revuelto. Por primera vez viviría en pareja y lo haría con un tío renacido y recién desconectado del que apenas sabía nada y que se empeñaba en llamarla Trin y cuidar de ella a su pesar. Debería armarse de paciencia, porque estaba claro que no tendría ni tiempo ni espacio para sí misma y no podría reclamárselos a Neo. Cerrar los ojos, rendirse y dejarse querer no sonaba mal desde un punto de vista teórico, pero era consciente de lo complicado que le resultaría. Abandonarse nunca había sido lo suyo. Ojalá Neo lo hiciese fácil.
Frustrada por sus conclusiones, Trinity suspiró, se colocó el pelo detrás de las orejas y regresó con Neo, que la seguía con la mirada. Las tortitas habrían estado bien, pero, como él mismo había apuntado, en Sión no se daban las cocinas. Bastante tenían con fabricar nutrientes para un cuarto de millón de almas en aquel agujero como para andarse con florituras culinarias. No era una vida cómoda, pero sí real. Y compartida. Neo continuaba observándola. Levantó la vista de su lata y él bajó la suya de pronto. Lo notaba bastante atribulado pese a que la noche anterior las cosas entre ellos habían fluido sin tropiezos casi todo el tiempo.
—¿Qué pasa, Neo? ¿Recién levantada no estoy tan buena como embutida en látex? —gruñó. Su incomodidad era contagiosa. Aunque la velada anterior habían hecho manitas, Neo no había querido llegar hasta el final. Esperaba que su justificación no fuera una sarta de excusas malas para ocultar una verdad dolorosa. Le había dicho que la quería, pero tal vez no la desease.
—¿Qué? ¡No! Quiero decir, sí, estás… Me sigues pareciendo preciosa.
—¿Entonces?
—Te miro y no dejo de pensar en la charla que tuvimos anteanoche. —Rio por lo bajo, violento, y sacudió la cabeza—. Parece que fue hace mil años.
—Como en otra vida.
—Literalmente.
—¿Qué te preocupa? Eres el Elegido.
—Ya, eso me ha quedado claro. Es la otra parte la que me preocupa.
—¿Qué otra parte? —Se hizo la tonta y contuvo una sonrisa. Volvería a divertirse a costa de la candidez de Neo. Parecía que el pobre no había dejado de darle vueltas al tema.
—Tu edad.
—Entiendo. Te preocupa estar con una niña.
—Pero eres adulta, ¿verdad? De eso estoy seguro, porque si no… —Respiró profundamente, parecía ponerse nervioso por momentos—. No, eres adulta, seguro que sí. La vida aquí tiene pinta de dura, pero no tanto como para que parezca que tienes el doble de años que tienes.
—¿Nunca te han dicho que tienes un talento especial para tratar a las mujeres?
Neo agachó la cabeza y se frotó el cuello. Trinity dudaba si liberarlo de su sufrimiento ya o jugar un poco más y cuánto sería capaz de aguantar sin partirse de la risa en ese caso. La broma tenía un potencial enorme para estallarle en plena cara, pero ya era demasiado tarde para detenerse y minimizar daños. Rogó que Neo tuviera un carácter tan apacible como parecía, se prometió no tensar la cuerda mucho más y aguardó su respuesta.
—Perdóname, Trin. Pensarás que soy un capullo.
—No, pero te veo muy perdido. ¿Cuál es el problema?
—El problema… Por favor, dime al menos que eres adulta. Solo eso.
—Lo soy. Los menores no pueden volver a Matrix.
—Menos mal. —Exhaló con un suspiro ruidoso. Trinity sonrió. En el fondo era un buenazo. Le tendió la mano por encima de la mesa y disfrutó al sentir los dedos firmes y suaves de Neo en torno a los suyos—. No quiero que pienses que me aprovecho de ti.
—Inténtalo y te mato.
—No me refiero a eso. —De pronto se ponía serio. Trinity asintió y vio cómo su expresión se suavizaba de nuevo—. Lo que quiero decir es que tengo más de treinta años. Si te doblo la edad, a lo mejor no te apetece estar con un viejo verde y quiero que sepas que lo respeto. Te agradezco mucho todo lo que hiciste por mí y lo que estás haciendo ahora, te quiero más que a nada en el mundo y me encantaría estar contigo, pero entenderé la decisión que tomes.
Le acarició el dorso de la mano a Neo con el pulgar. No era un simple buenazo, era un santo. Se moría de preocupación por ella y estaba dispuesto a dejarla marchar por un simple guarismo. Creía que el chiste concluiría con una risotada incontrolable, pero lo hizo con una sonrisa boba y cargada de ternura. Lo quería muchísimo y Neo acababa de demostrarle lo mucho que ella significaba para él.
—No te preocupes, Neo, me estaba quedando contigo. No nos llevamos ni tres años.
—¿En serio?
—Dos años, once meses y diecinueve días, según parece.
—Joder, no sabes el peso que me quitas de encima. —Emitió una risilla de alivio—. Te juro que te miraba y pensaba “es guapísima, pero son los dieciocho años peor llevados que he visto en mi vida”.
—Como has dicho, la vida es dura aquí, pero no tanto.
—Afortunadamente. Así que Trinity, la hacker extraordinaria e intrépida oficial de la Nebuchadnezzar, da unos besos capaces de resucitar a un muerto y tiene un sentido del humor retorcido.
—Buen resumen. —Alzó su taza—. Brindo por ello.
—Ah, no. Ni de coña. No vuelvo a caer en lo mismo dos veces.
—Está bien, señor supersticioso. Gracias por las tortitas, están muy buenas.
—No tanto como tú.
Ahogó un grito de sorpresa. Neo tenía una mueca traviesa según se levantaba y rodeaba la mesa para acudir junto a ella. Trinity se puso en pie, se abrazaron y se besaron con una pasión y una urgencia tales que disiparon todas sus dudas. Tenía muchísimo que hacer, no era momento de perder el tiempo y, precisamente por eso, el resto del mundo debería esperar.
