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El viento cortante soplaba en la fría noche fuera de nuestra pequeña casa, pero el calor de la calefacción aliviaba el aire gélido del exterior. Dentro de la pequeña habitación, se sentía una calma intrínseca, la tranquilidad que solo un niño podía traer.
Estaba en el salón, sosteniendo a Kenzo entre mis brazos mientras el niño comenzaba a dar señales de despertar. Sus ojos, curiosos y profundos a su corta edad, se movían inquietos, buscando algo de consuelo mientras su pequeña mano se apretaba contra la mía. Acerqué mi mano para acariciarle la cabeza, absorta en el momento tranquilo, observándole con fascinación. Las semanas pasaban y la maternidad parecía ser lo único que me mantenía anclada en la realidad, en un mundo que por lo demás, era oscuro y peligroso.
El sonido del motor de un coche se escuchó estacionar fuera de la casa y yo giré la mirada hacia la ventana con una ceja alzada.
La puerta se abrió con lentitud pocos minutos después. A primer momento quise pensar que era Gin, pero conocía demasiado bien el sonido de su coche. Ron se dejó ver poco después, el cual no hizo un esfuerzo por disimular la mirada evaluadora que lanzaba a cada rincón del apartamento.
—¿Podemos pasar? —La voz de Ron llegó clara y controlada, pero algo en ella vibraba con una frialdad casi palpable.
Yo sostuve a Kenzo con delicadeza a la vez que sentía su cuerpo tensarse a medida que los pasos de Ron se acercaban. Detrás de él, Vermouth, siempre impecable y con esa sonrisa ambigua que tan bien conocía, entró sin hacer ruido. La incomodidad de tenerlos tan cerca de mi hijo era palpable.
Ron dio un paso al frente, sus ojos recorriendo al niño como si lo estuviera analizando, evaluando qué tipo de futuro tenía ante él, qué lugar ocuparía en los planes de la organización.
Vermouth, tan juguetona y desinhibida como siempre, avanzó un par de pasos más y se detuvo delante de mí con los ojos llenos de curiosidad. Yo me sentí más incómoda ante su presencia, sobre todo porque sabía que Vermouth siempre encontraba formas de alterar el equilibrio de cualquier situación.
—Así que este es el famoso Kenzo… —comentó Vermouth en un tono suave, casi en susurro, mientras sus ojos no se apartaban de Kenzo. Luego, volviendo a clavarse en mí, sonriendo ligeramente sin mostrar nada de calidez.
—Escuché que las cosas fueron complicadas —añadió Ron con un tono ronco y calculado, su voz deslizándose con una frialdad gélida—. Pensé que no lo lograrías, pero aquí sigues.
Ron se acercó aún más, dando un paso al frente, su mirada fija en el pequeño. Sentí un escalofrío recorrerme la espalda, pero no aparté la mirada, no cedió ante la sensación de ser observada como una presa.
La mano de Ron se acercó lentamente hacia el rostro de Kenzo.
—No lo toques —la advertencia salió de mis labios antes de que pudiera siquiera pensar en lo que estaba diciendo.
Ron no hizo caso de inmediato, pero su mirada se suavizó ligeramente, como si mi actitud le divirtiera más que incomodarle. Sus dedos se acercaron a la mejilla de Kenzo con una calma inquietante, y el gesto parecía, de alguna manera, más perturbador que cualquier otro acto que pudiera haber hecho. No era un gesto amable, ni paternal. Era simplemente un movimiento calculado, como el de un depredador que no siente más que curiosidad fría por la presa.
—Solo estoy observando…Parece ser un buen niño —comentó, con una neutralidad desconcertante, como si estuviera hablando de un objeto en lugar de un ser humano.
Vermouth observaba la escena con una sonrisa enigmática, cruzada de brazos, sin decir palabra alguna, pero su presencia amplificaba la tensión en la habitación.
—Kenzo no será parte de tus juegos, Ron —me atreví a decir con voz baja, pero firme, dejando claro que no me doblegaría.
Ron me miró con cierto interés, evaluando sus palabras. No parecía sorprendido, pero había algo en su expresión que me dejaba claro que disfrutaba de esa tensión.
—Lo dudo, Sherry. La organización tiene una manera muy particular de involucrar a todos sus miembros, incluso a los más pequeños. No te olvides de eso —respondió Ron con frialdad, mientras sus ojos seguían clavados en el niño dormido.
El silencio cayó entre nosotros, pesado y denso. Y yo sentí con fuerza la presión del momento. La amenaza estaba en el aire, flotando, siempre presente.
Ron sonrió, aunque esa sonrisa no tenía nada de amable. Era la sonrisa de alguien que conocía bien el juego en el que estábamos todos involucrados.
—Veremos cuánto puedes protegerlo —respondió con calma. —Veremos cuánto tiempo logras mantenerlo alejado de este mundo. Porque, al final, es el mundo en el que tu misma vives. Y si quieres seguir jugando a ser madre, sin pensar en las consecuencias, bien, hazlo. Nosotros también sabemos jugar.
Contuve la respiración con el miedo y la ira luchando por salir. Sabía que cualquier reacción de mi parte solo fortalecería la sensación de poder que Ron sentía. Y no quería darle esa satisfacción.
Kenzo se movió ligeramente entre mis brazos. Y el sonido de la puerta abrir se me hizo alzar la cabeza para ver aparecer a Gin en el umbral. Su presencia llenó la habitación con la misma frialdad que siempre lo acompañaba. Cerró la puerta detrás de él con calma, sin prisas, y nos observó a los tres con una mirada que parecía comprender todo lo que estaba sucediendo sin necesidad de palabras.
—¿Es necesario, Ron? —dijo Gin con el tono bajo pero lleno de un peligro que solo alguien como él podría transmitir. La amenaza latente en su voz cortó la conversación como un cuchillo afilado. Dio un paso más hacia nosotros, sin apartar la vista de Ron ni un segundo.
—Solo una visita de cortesía, Gin. Ver al niño… Después de todo, ¿quién no querría conocer a la próxima generación de nuestra pequeña familia?
Ron, al escuchar la amenaza en la voz de Gin, levantó la vista hacia él, sin inmutarse. El aire se volvió más denso aún, como si la habitación se hubiera cerrado sobre ellos. Kenzo seguía llorando a si que traté de mecedlo con cuidado para que se tranquilizase.
La habitación estaba impregnada de una tensión palpable, como si el aire mismo se hubiera vuelto denso e incómodo. La presencia de Ron era imponente, pero el verdadero problema radicaba en la figura de Vermouth, cuya sonrisa picara nunca abandonaba su rostro. Ella disfrutaba de las tensiones que generaba, y como siempre, no tardó en lanzar una provocación directa dirigida hacia Gin.
—¿No te parece irónico? ¿Cuánto tiempo crees que te durará esto, Gin? —su voz resonó suavemente, como si cada palabra fuera una caricia llena de veneno—. Mirarte, no creo que el rol de "padre" sea precisamente lo tuyo. Tienes algo demasiado oscuro dentro para ser el tipo de hombre que cuida o cría a un niño —habló ensanchando su sonrisa sin dejar de estudiar a Gin, buscando cualquier fisura en su calma.
Gin no la miró, pero la tensión en su mandíbula y la fría mirada que lanzaba a mis brazos demostraban que no la iba a dejar tener la última palabra. Sin embargo, Vermouth no iba a ceder fácilmente. Dio un paso más, acercándose un poco a Kenzo, mientras sus ojos brillaban con una mezcla de burla y desprecio.
—No tardarás en darte cuenta—sonrió con diversión, con un tono que intentaba sonar como una provocación, pero que tenía la claridad de una sentencia—. Sherry, tu hijo... ¿De verdad crees que este "futuro feliz" va a ser algo que quieras mantener?
Vermouth observó cómo Kenzo se movía ligeramente, y se inclinó hacia mí para verlo con más claridad. Y de un momento a otro, sin darme tiempo a reaccionar o apartarme, extendió la mano hacia Kenzo, como si quisiera acariciarlo, pero Gin, que estaba observando cada movimiento con atención, endureció su expresión de inmediato y el silencio de la habitación volvió aún más denso.
Levantó su mano y apartó la suya antes de que llegara a mis brazos, con un movimiento rápido y casi imperceptible, como un aviso claro.
—No cruces límites, Vermouth—dijo Gin, con la voz baja pero firme, un tono que no admitía réplica. Sin darle tiempo a Vermouth para reaccionar.
Vermouth se detuvo en seco con la mano suspendida en el aire. La sonrisa en su rostro se desvaneció ligeramente, aunque su mirada siguió siendo desafiante. Pero Gin, que rara vez cedía ante provocaciones, no mostró ninguna vacilación.
—No me hables tú de límites, Gin —protestó sin querer admitir lo mucho que las molestaba ver lo proteger a otra mujer que no fuese ella. Apartando su agarre con molestia a la vez que se preparaba para contraatacar.
—Ya basta —dije alzando la voz más de la cuenta, cansada del show que se estaba montando es la habitación.
Vermouth cerró la boca a la vez que me lanza a una mirada con desafío y el llanto repentino de Kenzo llenó la habitación, como un grito de alarma que rompía la tensión. Lo abracé a mí apretando los dientes por haber perdido la quietud por un momento y lo acuné con suavidad tratando de calmarlo. La presencia de tantas personas en el cuarto y es a tensión, no eran lo que una criatura tan pequeña necesitaba en ese momento. Kenzo lloraba con fuerza, buscando consuelo entre mis brazos.
—Vermouth —intervino Ron con su voz profunda, sin apenas levantar el tono— es suficiente.
Ella se detuvo en seco y la expresión en su rostro cambió ligeramente, aunque no se atrevió a replicar de inmediato. Sabía que Ron tenía razones para intervenir, y aunque su naturaleza juguetona a veces no la hacía fácil de controlar, algo en la autoridad con la que él hablaba la hacía callar.
—Vamos, es hora de irnos —añadió Ron, su mirada finalmente pasando de Vermouth a Gin, hasta parar finalmente en mí, aunque sin mostrar mucho interés.
Vermouth soltó una risa contenida, pero no dijo nada más. Dio media vuelta y se alejó de la habitación, mientras Ron la seguía, sin volver a mirarme. El sonido de la puerta al cerrarse resonó, dejándonos en una calma tensa, como si el aire aún estuviera cargado de lo que acababa de suceder.
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La nieve caía con fuerza sobre Hakodate y Shinichi avanzó alejándose del muelle mientras cargaba su ligera bolsa de equipaje. Se abrazó a su abrigo y se frotó las manos para combatir el viento gélido que soplaba con intensidad. La atmósfera era silenciosa, pero su mente estaba lejos de estar tranquila. Estaba inquieto, su estómago apretado con una mezcla de tensión y ansiedad.
La constante advertencia de Akai de que no era seguro actuar por su cuenta, le hicieron cuestionar por un momento su decisión de venir hasta allí. Akai lo había mirado con esa mirada calculadora y seria, como siempre, sabiendo que el instinto de Shinichi lo llevaría a actuar, pero sin dejar de advertirle los peligros que podía encontrar en cualquier esquina.
Pero, como siempre, Shinichi no podía quedarse de brazos cruzados. Y ahí estaba, en Hokkaido. La pista sobre Sherry no era precisamente clara, y a pesar de los riesgos, había venido hasta allí solo con objetivo de encontrarla.
El sonido del teléfono rompió su concentración, sacándolo de sus pensamientos. Al ver el número, su corazón dio un salto. Era Ran.
—Shinichi —su voz sonaba dulce des de el otro lado del auricular, pero también se palpaba la preocupación.
—Ran.
—¿Cómo estás? —preguntó con la voz algo apagada —. Te echo de menos—
—Estoy bien, Ran —prespondió tratando de no preocuparla —. Y o también…Ya me conoces, soy un inquieto —
—Por el mismo hecho de que te conozco, estoy preocupada por ti —respondió ella con el ceño fruncido —. ¿Cuándo volverás? —
—No lo tengo claro…todavía tengo cosas que hacer. Ahora estoy en Hakodate.
—¿Qué haces en Hokkaido? —preguntó confundida —. ¿Cuándo acabará esto, Shinichi?…te necesito aquí conmigo.
Shinichi sintió un nudo en el estómago. No podía negar que sus sueños con Ran parecían siempre muy lejanos, tan inalcanzables como la luz al final de un túnel. La vida que él había elegido no era una vida común ni tranquila. Estaba atrapado en un ciclo interminable de misterios y peligros. Y lo peor de todo era que ni siquiera podía garantizarle a Ran que algún día todo eso llegara a su fin.
—Me gustaría tener una respuesta para ti, pero no lo sé, Ran. No sé cuando acabará ni como será nuestra vida después. Solo sé que si no acabo con esto, nunca podremos tener la vida que queremos. La organización, el FBI, todo esto… siempre va a estar ahí—. Su voz tembló por un instante, sin querer mostrarle a Ran lo mucho que realmente dudaba.
Al otro lado de la línea, Ran guardó silencio por unos segundos, como si tratara de encontrar la respuesta que él no podía ofrecer. Finalmente, su voz, aunque tranquila, resonó en sus oídos con una tristeza y una aceptación que lo desarmaron.
—Entonces, por favor, prométeme que no vas a arriesgar tu vida innecesariamente. Que no te perderé. —La suavidad de sus palabras caló hondo en el corazón de Shinichi.
—Te lo prometo, Ran. Volveré a salvo. Siempre lo hago. —La promesa salió de sus labios, aunque en el fondo sabía que era una promesa incierta.
La llamada se cortó, y Shinichi guardó el teléfono en su bolsillo. Se quedó un momento mirando el horizonte nevado, donde las luces de Hakodate brillaban débilmente a lo lejos. Había tomado su decisión, pero no podía ignorar el peso de lo que se estaba jugando. El futuro que compartía con Ran, la familia que había soñado, todo estaba en peligro. Y, sin embargo, no podía dar marcha atrás.
Con un último vistazo hacia la estación vacía, Shinichi Kudo continuó su camino por las calles, dispuesto a enfrentarse a lo que viniera. Pero mientras avanzaba, el miedo y la duda lo acompañaban, tan presentes como los copos que seguían cayendo.
Acabó viéndose obligado a volver a su hotel después de unas horas de paseos y conversaciones sin resultados. Levanté dolía la cabeza y sentía las piernas cansadas.
Shinichi Kudo se desplomó sobre la silla de su habitación del hotel, sus hombros caídos como si el peso del mundo descansara sobre ellos. El aire de la ciudad, cortante y frío, se colaba por los pequeños huecos de la ventana, y la atmósfera en la habitación se sentía opresiva, como si las paredes mismas lo estuvieran mirando con desdén.
El pequeño hotel de dos pisos en el que se había alojado era un lugar anticuado y sombrío, que parecía haberse detenido en el tiempo. Paredes de madera envejecida, muebles desgastados y una luz tenue que apenas lograba iluminar la habitación. En la cama, las sábanas arrugadas parecían ser un reflejo de su propio estado. Había estado allí durante casi dos días y no había encontrado nada. Ni una pista. No un solo rastro de Haibara, ni de la organización. Había revisado cada rincón, hablado con algunas personas, pero todo parecía una ciudad vacía, en la que las respuestas nunca llegarían.
La luz del exterior se filtraba a través de la cortina, proyectando sombras largas y alargadas en el suelo. La nieve seguía cayendo con una fuerza implacable, cubriendo todo a su paso, pero Shinichi ya no veía la belleza en ello. La nieve no era más que una capa más de indiferencia, oculta bajo un manto blanco que ocultaba la verdad, las respuestas que no lograba encontrar. Todo estaba cubierto por un velo de incertidumbre.
Se levantó de la silla y caminó hasta la ventana, observando las calles vacías de Hakodate, el aire espeso que parecía suspendido en el tiempo. Estaba solo. No solo en el sentido físico, sino también en su misión, en su búsqueda. Había llegado con la determinación de detener a la organización, de encontrarla, pero ahora que estaba allí, enfrentándose a la inmensidad de la ciudad y la oscuridad de la situación, la realidad era mucho más desalentadora de lo que había anticipado.
Hokkaido era un área muy extensa, no podía pretender llegar y toparse con ella en el primer cruce, y menos cuando se movía sin querer ser encontrada. Tenía que buscar y no rendirse, tachando las ciudades que dejaba atrás para ir reduciendo el área de bus queda hasta dar con ella. Parecía una locura, sí, pero era la única opción que tenía por el momento.
Miró el reloj de la pared. Era tarde, mucho más tarde de lo que había planeado. A esas horas, la mayoría de los bares y restaurantes de la ciudad estaban vacíos, y la calle parecía más desierta que nunca. Ya no esperaba encontrar algo a esas horas. No había un rastro, no había nada que lo guiara. No había respuestas.
Se sentó en la cama y pasó la mano por su cara, agotado. La fatiga lo estaba venciendo, pero no podía rendirse. No podía permitirse hacerlo.
Había hecho tantas promesas. A Ran, a sí mismo. Promesas de que encontraría la verdad, de que acabaría con la organización y sacaría a Haibara de ahí, aunque fuese a la fuerza y con unos grilletes en las muñecas. Pero ahora, sentado allí, solo con su propia respiración y el ruido lejano de la tormenta de nieve, se preguntaba si todo esto era solo una ilusión. Si realmente estaba haciendo lo correcto, si alguna vez iba a encontrar la respuesta.
La soledad lo envolvía como una manta pesada. Había tomado la decisión de actuar solo, de no involucrar a Ran ni a nadie más. Pero ahora, esa soledad comenzaba a pesarle, a hundirlo en una incertidumbre profunda. ¿Por qué había decidido hacerlo solo? ¿Por qué había creído que podía hacer frente a todo esto sin ayuda? Cada calle desierta, cada hotel vacío, cada pista fallida lo recordaba que el camino que había elegido era más frío, más oscuro y más solitario de lo que había imaginado.
El reloj en la mesa marcó la medianoche, y la nieve seguía cayendo, sin cesar. Shinichi se levantó de nuevo, la habitación comenzando a sentirse aún más pequeña. Había que seguir. No podía detenerse. No podía rendirse. Pero, al mismo tiempo, no sabía si estaba persiguiendo una sombra, una ilusión que nunca se materializaría.
Salió de la habitación con una determinación vacía, sin un rumbo claro. La calle exterior estaba desierta, iluminada solo por las luces intermitentes de los faroles que luchaban contra la tormenta. Cada paso que daba resonaba en el aire frío como un recordatorio de su propia insignificancia en ese vasto mundo.
No sabía qué más hacer. No sabía si la respuesta estaba más cerca o más lejos. Solo sabía que debía seguir buscando, aunque el vacío se hiciera más pesado con cada paso.
