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Clara odiaba los lunes. Y no era un odio exagerado ni teatral. Era el tipo de odio funcional que te permite levantarte, bañarte, vestirte y salir a la calle mientras maldices en voz baja a todos los que parecían tener una buena mañana.
San Luis estaba gris. Gris de ese gris que no llueve, pero te arruina el peinado. El tráfico estaba tan muerto como sus ganas de vivir, y el café que se sirvió en el termo tenía gusto a desesperanza y plástico recalentado. Había olvidado lavar la tapa. Otra vez.
La firma *North & Barrington LLP* se levantaba entre dos edificios más antiguos, como si alguien hubiera puesto un iPhone entre dos máquinas de escribir. Clara trabajaba ahí desde hacía seis meses. Su escritorio estaba en la planta 9, entre la fotocopiadora que nunca funcionaba y una ventana con vista directa al costado del edificio de al lado. A veces los pájaros chocaban contra el vidrio, y ella lo tomaba como una señal del universo.
A las 8:01 AM, su computadora encendió con un gemido electrónico. El sistema de gestión de agendas corporativas, *LexiCorp Sync*, la saludó con su interfaz azul celeste y ese botón siniestro que decía:
*“Asignaciones automáticas activadas. Última sincronización: domingo 3:44 AM.”*
—¿Qué clase de psicópata trabaja un domingo a las 3 de la mañana? —murmuró, bebiendo su café-con-toques-de-lavandina.
Su bandeja de entrada explotó:
* Reunión con cliente.
* Ajuste de agenda para "Julián M. Walker".
* Confirmación de presentación tribunal distrito oeste.
* Preparación de documentos adjuntos caso "Rivera vs Armitage".
Clara frunció el ceño.
—¿Walker? ¿Qué carajo es esto?
Julián Walker no era parte de sus asignaciones habituales. Era abogado litigante de la firma, socio joven, conocido por ser tan brillante como insoportablemente serio. Un tiburón con traje de tres piezas y alma de mármol.
En la oficina lo llamaban “el cirujano”, no porque curara cosas, sino porque te cortaba en pedacitos si llegabas cinco minutos tarde con un informe.
Pero su agenda... ahora era su problema.
Marcó a Recursos Humanos. Tardaron seis tonos en contestar.
—¿Sí?
—Hola, soy Clara. Mi LexiSync está poseído. Me asignó la agenda de Julián Walker. Eso no puede estar bien, ¿verdad?
—Sí, bueno, es temporal. La asistente habitual de Julián está con licencia médica.
—¿Qué tiene?
—Ansiedad severa. Y una úlcera sangrante.
Clara se quedó en silencio.
El teléfono también.
—¿Eso fue todo?
—Ella dijo que prefería enfrentarse a un enjambre de abejas rabiosas antes que volver a organizarle las semanas a ese tipo. Buena suerte, Clara.
Clic.
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A las 9:12 AM, Julián Walker cruzó la planta novena como si fuera dueño del edificio. Traje oscuro, corbata gris ceniza, rostro de pocos amigos. Si hubiera estado en una sala de interrogatorio, habría hecho llorar al espejo.
Se detuvo en seco frente al escritorio de Clara. La miró. Ella lo miró de vuelta, sin parpadear.
—¿Tú eres Clara? —dijo él. Voz seca. Acusatoria.
—Eso depende —respondió, sin levantar las cejas—. ¿Usted es el abogado que arruina domingos ajenos?
Él apretó los labios.
—Mi agenda está mal. Alguien cambió mis horarios de reunión con el juez Denton. Y agregaron media hora para almorzar. ¿Qué es esto?
—Se llama “cuidado personal”, señor Walker. Es un concepto extraño, lo sé.
Él no sonrió. Ni siquiera se movió. Como una estatua con código de vestimenta.
—No necesito almuerzo. Necesito precisión. No metas mano en mis días.
Clara le dio un sorbo largo al café frío. Lo miró, después miró su pantalla.
—Lo siento. Es que en mi mundo, los humanos comen. Pero puedo ajustarlo. ¿Algo más?
Un silencio denso.
—A las 5 tengo una reunión con Rivera. No la muevas. No llegues tarde. Y si vuelves a modificar algo sin preguntar, me encargo personalmente de que termines tomando dictado en Recursos Humanos con lápiz y papel.
Se fue.
Clara sonrió por primera vez en la mañana.
—Dios, qué ganas de arrojarle un post-it encendido —murmuró.
Y el lunes recién comenzaba.
