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Flores en Neptuno

Summary:

Kakyuu y sus Starlights viajan por primera vez al Sistema Solar en épocas del nuevo Milenio de Plata y Tokio de Cristal, lo que representa una reunión con demasiadas expectativas, añoranzas, decisiones no tomadas y vidas pasadas.

Los sentimientos puros son como florecillas silvestres: tercos, aferrados a sobrevivir a pesar del espacio, del tiempo, de lo que se supone que debe ser.

Notes:

Llevaba semanas tratando de hacer un OS de mi adorada OTP, pero nada me terminaba de convencer. Finalmente salió esto y no me disgustó tanto como para no publicarlo, con todo y los cambios de POV; asi que, allá va.

Work Text:

POV Sailor Star Fighter

—¿Una flor?

Quise decir eso hacia mis adentros pero por alguna razón lo mencioné en voz alta. Healer la vió apenas un milisegundo; Maker, en cambio, me observó a mí, más atenta a mi reacción que al hallazgo en sí mismo.

Me detuve. Aquella florecilla había brotado de un suelo polvoso, árido, y extraño. Un terreno donde no debería existir. Sentí un impulso inmediato de arrancarla y llevarla conmigo.

—¿Fighter? —La voz de mi reina Kakyuu me detuvo y llamó mi atención—. No te quedes atrás, por favor.

Suspiré. No estoy acostumbrado a que Kakyuu se fije demasiado en lo que hago o dejo de hacer, pero sé muy bien que en este viaje su atención estará fija en mí. Está nerviosa, todos lo están. Es extraño porque yo mismo no me siento tan aprehensivo como creí que estaría en el umbral de un reencuentro que he añorado por mucho, mucho tiempo.

Tal vez son las circunstancias: estamos en un planeta desconocido (al menos para mí), en una reunión de estado (y no en una visita casual en donde podríamos ser solo nosotros) y más separados en estatus que nunca. No bastaba, en su momento, con que ella fuese la reencarnación de una princesa de un imperio perdido y dueña y guardiana del cristal de plata; ahora tenía que ser la regente del Sistema Solar, la neo-reina del nuevo Milenio de Plata y prácticamente el ser más poderoso de toda la Vía Láctea.

Has llegado muy lejos, Odango. Tan lejos como aquella florecilla silvestre que ahora crece en suelo neptuniano. No pude evitar lanzar una risilla irónica al aire al recordar lo tentada que estuve en tomarla apenas unos minutos atrás.

Tal vez no he cambiado en lo absoluto.

—¿Qué es tan gracioso? —Healer volteó hacia mí como perro policía oliendo problemas. Le subí las cejas, desafiante.

—¿Qué?

—Relájate, Healer —Maker aconsejó—. Prometanme que se comportarán en este viaje, por favor. La reina Kakyuu no estaba convencida de traernos con ella, demostremosle que puede sacarnos en público.

—Claro, porque nuestra conducta era la razón de su recelo —masculló Healer, tan pésima como siempre para susurrar.

—¿Qué te tiene de tan mal humor? —finalmente le cuestioné, cansada del montón de comentarios pasivo-agresivos que he soportado desde que supimos que viajaríamos de vuelta al Sistema Solar por primera vez desde nuestra estadía en la Tierra.

Healer me giró los ojos, en una de sus clásicas expresiones de superioridad moral, y aceleró el paso para alcanzar a nuestra reina Kakyuu. Estábamos atravesando un túnel larguísimo que había resultado ser la única salida de la plataforma de aterrizaje a donde habíamos llegado. Apreté el paso también, empezaba a sentirme un poco claustrofóbica.

 

 

 

 

Alcanzando nuestra habitación, finalmente nos separamos. Escuché el resto de las duchas encenderse mientras terminaba de desvestirme para hacer lo mismo. Lo había olvidado: el olor a quemado que el polvo cósmico deja en ti, la sensación fantasma de fricción que queda en la piel, el dolor muscular en hombros y costados producto del peso de una atmósfera desconocida. Me miré en el espejo, dubitativa de a quién iba a encontrar allí, tal vez un poco sorprendida o un poco decepcionada de no ver a alguien diferente.

Estas últimas semanas previas al viaje me obligaron a un trabajo de introspección que no había querido hacer en años. Desenterré cadáveres que yo misma había sepultado vivos en mi prisa por volver a la normalidad al regresar a Kinmoku. No todo quedó bajo la tierra metafórica de mi mente: demasiado terminó fundiéndose con mi alma, hasta volverse indistinguible de lo que soy ahora.

Me enfrenté a Seiya. Pensar en ese nombre y en ese cuerpo aún me provocaba un escalofrío. Se sentía como un ánima, como un fantasma que me habitaba. Desprenderme de él no fue fácil; tuve que repetirme una y otra vez que solo era un disfraz. Pero ¿qué lo diferenciaba realmente de mí? Teníamos el mismo rostro, el mismo cabello, la misma mirada afilada. Nunca encontré la lógica. Solo me quedaba una sensación cercana a la inseguridad, como si me faltara algo que nunca supe nombrar.

También tuve que enfrentar mi añoranza por un planeta que nunca fue mío. Cuando supimos del viaje, ninguna de las tres pudo ocultar su decepción al escuchar que la sesión sería en Neptuno. Reviví entonces los sueños en los que sentía una brisa primaveral bajo un cerezo a punto de abrir, o escuchaba el rugido tenue del océano colarse por la ventana del penthouse mientras ensayaba una línea de bajo. A veces la humedad del bosque me envolvía por completo, como si aún pudiera alcanzarla. Kakyuu nos dijo alguna vez, hace mucho tiempo, que no debíamos sentirnos culpables por extrañar la Tierra. Nunca terminé de creerle. Cualquiera podía hacerlo… pero nosotras éramos un trío de guerreras protectoras. No había espacio para anhelar otro mundo, otro sistema, otras latitudes. Ponía en riesgo nuestra misión.

Y finalmente…

—¡Fighter! Ya nos trajeron la cena —escuché del otro lado de la puerta.

El agua caliente no logró borrar del todo la sensación áspera del viaje, pero al menos me arrancó el olor metálico del polvo cósmico. Cerré los ojos y dejé que el vapor me cubriera, intentando no pensar en nada más por el momento. Nada, me repetí, aunque en cuanto lo decía se llenaba mi mente de todo aquello que había querido evitar durante años.

Sobre la mesa, además de los platos humeantes, habían dejado dos carpetas: un programa detallado del evento y un folleto turístico, con colores más brillantes de los que esperaba para promocionar un planeta tan frío. Fue lo primero que tomé entre mis manos.

—¿Sabías que las puestas de sol en Neptuno duran más de lo que dura un día terrestre? —leí de una de las páginas, mientras observaba una ilustración que pretendía ser acogedora. Me quedé fija en ese detalle, recordando sin querer cómo se veía un verdadero ocaso sobre el cielo azul.

—Parece que intentan convencernos de que esto no es tan inhóspito como parece —comentó Maker, con una sonrisa irónica mientras recorría las persianas de aquella suite. El paisaje le dio la razón: a lo lejos, apenas se distinguía la negrura y las luces artificiales de las construcciones aledañas.

—Al menos esto sí parece comida terrestre —masculló Healer, ya sirviéndose.

No pude evitar sonreír genuinamente cuando me acerqué a la selección de platos que nos habían traído. Mi estómago vibró ansioso apenas aspiré el aroma del takoyaki y del kabayaki frente a mí. Sin querer, mi mente recordó la comida de la feria a donde Usagi y yo habíamos salido alguna vez a pasear.

—Por favor, sean prudentes con la comida. No sabemos cómo sus cuerpos pueden reaccionar —la voz de Kakyuu sonó suave pero firme, apenas asomándose detrás del programa de actividades del día siguiente.

Me forcé a mirarla y a concentrarme en esa cautela. Tenía que escucharla. Tenía que anclarme en el presente. Kakyuu dejó el programa sobre la mesa, girando apenas la mirada hacia nosotras. Su tono era sereno pero también se escuchaba un tanto cansada. Asumí que se trataba del agotamiento por el viaje.

—Mañana comenzaremos con los discursos protocolares de la familia real de la Tierra, luego serán las presentaciones de todas las delegaciones que han venido, y finalmente, una recepción. Asumo que será en ese momento que podrán reunirse con algunas de sus antiguas aliadas.

Yo jugueteaba con mis palillos, concentrándome en el aroma de la comida, en los sabores de aquellas delicias danzando en mi lengua, en cualquier cosa que me permitiera no pensar en lo que estaba por suceder.

Sentí también las miradas de todas las presentes sobre mi.

¿Qué querían ver? Me pregunté. ¿Querían acaso verme sudar? ¿Querían escuchar algo en especial de mi boca? No, no se me harán gelatina las piernas cuando la vea. No, no iré corriendo hacia ella. Sé que dije que estaba enamorada de ella, pero ya pasó. El tiempo cura todo. Bla bla bla.

—Ya me llené —Fue realmente todo lo que pude decir para romper la tensión sobre el comedor. Miré a Kakyuu, tratando de mantener firmes mis íris sobre ella y demostrarle que no había nada de qué preocuparse. Noté rápidamente que sus palillos seguían impolutos—. Está delicioso, te prometo que te gustará.

—Fighter…

—Si el sabor del jengibre te parece demasiado fuerte, un poco de salsa de soya siempre ayuda.

 

 

 

 

Fue un error traer conmigo a la habitación el maldito folleto del evento. Lo había hecho para memorizar el programa, los horarios, el protocolo. El dique que había construido alrededor de mi pecho se desbordó en cuanto me encontré con una fotografía suya.

No le creí a mis ojos. Toqué la imagen, como si pudiera estar inscrita en braille y así pudiera saberlo todo de ella. Ver su cabello platinado me quitó la respiración, sentí como si sus ojos cristalinos me pudieran observar desde el papel y pensé que el paso del tiempo era demasiado injusto conmigo. Serenity, como ahora se hacía llamar, había crecido en una mujer aún más hermosa, etérea, divina.

Quise regresar la cena. Me levanté de un salto y corrí al baño privado de mi habitación. Me miré al espejo otra vez, después de sentir cómo el ácido bajaba por mi esófago, arrepentido. Estaba pálida y mis labios morados. ¿Había olvidado acaso cómo respirar? Puse mi mano sobre mi pecho y traté de calmarme bajo el arrullo de su vibración.

¿Por qué me había pasado esto a mí? Pensé. ¿Por qué había tenido que enamorarme de la persona más prohibida en toda la Vía Láctea? ¿Por qué tuve que conocerla como Usagi? ¿Por qué me atreví siquiera a pensar que Seiya tenía alguna oportunidad con ella?

Volví a pensar en aquella flor que me había recibido. La flor había dejado de ser Usagi. Ahora era yo, o más bien mi otro yo. Siendo una entidad extraña, flotando en donde no debía, aferrándome, sin saberlo, a una vida que no era para mí.

Escuché en mi mente la voz de Healer. Drama Queen.

Oí también el timbre de Maker. Lo sabía.

Evoqué también los labios de Kakyuu, moviéndose para decirme: No lo hagas.

 

 

 

 

 

POV Serenity

 

—¿Su majestad?

Volví al presente al escuchar la voz de Ceres, una de las asistentes que estaban encargadas de organizar toda la cumbre. La miré confundida, sin saber en dónde estaba o qué era lo que me estaba diciendo minutos atrás.

—¿Tienes el horario de los aterrizajes? —pregunté estirando la mano para recibir algún papel. Ceres tardó un momento que me pareció eterno, pero rápidamente me entregó el orden de llegada de nuestros invitados—. Ya veo.

—¿Qué cosa, su majestad? —insistió, nerviosa ante mi silencio.

—¡Cena! —la pobre mujer saltó de la sorpresa ante mi abrupto comentario—. La cena es muy importante, el viaje debe ser agotador para nuestros invitados. ¿Qué tienes pensado?

Ceres se acomodó los anteojos de vuelta al inicio del puente de su nariz y buscó la información en el mar de papeles que tenía en las manos.

—El chef propuso un menú representativo de los sistemas coloniales: biorresinas de moluscos criados en venus, geles lumínicos de Saturno, y un mouse de flores silvestres de Neptuno.

—¡¿Mousse de qué?! —pregunté horrorizada—. No, no, cambiémoslo.

—Pero, su majestad —la pobre Ceres se puso morada al escuchar aquella nueva instrucción—, el menú fue aprobado por Sailor Jupiter como nos lo pidió.

Me sentí terrible. Lo peor que podía hacer en un evento como este era cambiar las cosas a último minuto debido a mis caprichos. Intenté recomponerme, recitarme a mi misma que no debía convertirme en un dolor de cabeza. Llevábamos demasiado tiempo planeando esta cumbre con tantas civilizaciones fuera del Sistema Solar, caos era lo último que debía reinar estos días.

Volví la vista a la hoja que aún apretujaba en mis dedos. Era la bitácora de aterrizajes y hospedaje. Mi dedo se paseó por la línea en donde su nombre se leía. Tragué saliva. A veces era una desventaja sentir el movimiento de los cuerpos celestes dentro de mis territorios. Me había dado cuenta en el preciso momento en que Kakyuu y sus Starlights habían cruzado la atmósfera de Neptuno, el planeta en que habíamos decidido realizar la cumbre.

Volví a leer su nombre. Sailor Star Fighter. Ya se encontraba en el mismo planeta que yo después de tanto tiempo. Me volví a sentir mareada.

—De acuerdo, Ceres —tomé aire antes de decidir qué hacer—. Mantén el menú que ya había sido aprobado. Solo hazme un favor, a la suite de los invitados de Kinmoku mandales algunos platillos especiales, pueden usar los ingredientes que normalmente traen para mí.

—¿Takoyaki? —preguntó Ceres, sin creer que estuviese dispuesta a mandar comida de feria a un invitado intergaláctico.

—Y Kabayaki —sonreí, tratándola de hacer parte de mi chiste personal—. Con mucho jengibre.

Ceres asintió con una sonrisa confundida pero diligente antes de salir de mi habitación, murmurando instrucciones por su intercomunicador. La escuché desvanecerse por el pasillo, su voz convertida en un eco metálico que se fundió con el suave zumbido de la ambientación de la suite. Solo entonces, cuando la puerta se cerró con un silencio absoluto que pareció tragarse todo el sonido, permití que la fachada se cayera. Suspiré tratando de controlar mi incomodidad. La tensión se acumulaba en una banda de acero sobre mis cervicales, una sensación que me era demasiado familiar. Viajar entre planetas, acostumbrarme a otras atmósferas, era un proceso que siempre me tomaba poco más de un día y que jamás lograba sobrellevar con la gracia que todos esperaban.

Mis senshis me habían suplicado que viajara por la mañana para llegar directamente al inicio de la cumbre. Era otra manera en que había cambiado los planes originales. Dormir en otro planeta conllevaba riesgos, me lo recordaban con frecuencia, pero ni el peligro más inminente podría haberme hecho pasar la noche anterior en Tokio de Cristal. No con la ansiedad y la anticipación clavándome espinas debajo de la piel desde que recibimos la confirmación de asistencia de Kakyuu, Fighter, Healer y Maker.

Me deslicé por el estudio, mis dedos recorriendo el frío cristal del escritorio. La tecnología de Mercury había hecho posible esto, los viajes intergalácticos seguros, y en cuanto supimos que era tiempo de probarlos, su nombre fue el primero que escribí en un sobre de invitación. A veces, en la intimidad de mis pensamientos más honestos, me preguntaba si la idea de la cumbre no había sido más que una excusa elaborada para traerla hasta mí. Demasiadas de mis decisiones aún nacían de la improvisación, tal vez esta era la más grande de todas.

Crucé el umbral hacia mi habitación. El aire era más quieto aquí, más personal. Junto al peinador, dispuestos con una precisión militar por alguna de mis asistentes, yacían mis artículos de primera necesidad para viajes fuera del palacio: la tiara reluciente, el maquillaje, el perfume de flores lunares… y un par de fotografías en marcos de aluminio. Una era de Mamoru y Chibiusa, haciendo muecas tontas a la cámara, con un parque de diversiones de fondo. La otra se trataba de una fotografía grupal de alguna excursión que realizamos durante el primer año de preparatoria. Mi mano flotó sobre la segunda instantánea antes de tomarla. La sentí fría contra mis palmas. Me senté en el borde de la cama, el colchón hundiéndose bajo mi peso como si también sucumbiera a la gravedad de ese recuerdo.

Seiya me miraba a través del espacio-tiempo. Lo observé hipnotizada, como si se tratara de una reliquia recién descubierta y no algo que vive permanente en mi mesita de noche. Mi mente trató de imaginarse lo que pudiera ser diferente en él, o más bien, en ella, ahora que volviera a verle de nuevo. Era un ejercicio difícil de hacer, al pensar en ella, la imagen de Seiya enfundado en su uniforme escolar regresaba a instalarse en mi mente.

Seiya… y a su lado, estaba Usagi. Seiya y Usagi.

—Es tan extraño…

—¿Qué cosa?

Salté asustada, casi soltando el marco en el proceso. Al voltear hacia atrás, encontré a Venus con una sonrisa pícara en su rostro. Se inclinó para mirar la fotografía que yo, instintivamente, apreté contra mi pecho. Sus ojos azules brillaron con reconocimiento.

—Ah, eso. La época del uniforme escolar. Tienes razón, es extraño que la hayas traído contigo. ¿Te sirve de inspiración para antes de las reuniones diplomáticas?

—No es nada —dije mientras colocaba la fotografía boca abajo sobre mi peinador—. Solo estaba… recordando viejos tiempos. ¿Necesitas algo, Venus? Debería repasar los discursos para mañana.

Esa fue mi primera línea de defensa: la evasión y el refugio en el deber. Sin embargo, Venus ignoró por completo mi pregunta. En cambio, se dejó caer sobre mi cama con una familiaridad que sólo décadas de amistad y batallas compartidas podían permitir, hundiéndose en el edredón como si fuera su propia suite.

—Por cierto, Setsuna me mandó un mensaje deseándonos suerte —comentó, jugando con un cojín. Su tono era casual, pero sus ojos no se despegaban de mí, estudiando cada uno de mis micro-movimientos—. ¿Aún no se atreve a hablarte directamente?

El comentario casual sobre mi ex-senshi y ahora pareja del que se supone que sería mi consorte y madrastra de la hija que traje al mundo me hizo regresar al presente, uno muy lejano a la fotografía que yacía acostada frente a mi. Ese en que mi vida no se parece nada a lo que me dijeron alguna vez qué sería. 

—No es eso  —dije, suavizando mi tono por primera vez—. Nosotras solo hablamos para temas puntuales de Chibiusa, es un viejo acuerdo.

—Oh, lo sé, lo sé —Venus ondeó una mano displicente—. Solo te lo comento porque se me hizo gracioso. Percibí tal vez un poco de melancolía, de ser parte de todo esto —Hizo una pausa estratégica, dejando que la nostalgia hiciera su trabajo ablandando mis defensas antes de lanzar su siguiente dardo—. Oye, hablando de viejas amigas, Ceres me dijo que la delegación de Kinmoku aterrizó hace como una hora. Todo en orden, según el reporte.

El nombre cayó entre nosotras como una piedra en un estanque de por sí ya revuelto. Sentí cómo cada músculo de mi espalda se tensaba, otra vez. Me obligué a caminar hacia la mesa donde estaban los documentos, fingiendo una serenidad que estaba lejos de poseer.

—Sí, lo sé. Es bueno que hayan llegado sin contratiempos. La tecnología de viaje de Mercury es impresionante.

—¡Totalmente! —exclamó Venus con entusiasmo—. Bueno, al menos en el papel todo suena impecable. A salvo y sin novedad —Otra pausa. Su mirada se volvió más penetrante, aunque su voz siguió siendo ligera—. Debe ser… raro. Después de tanto tiempo. ¿No te da… qué sé yo… curiosidad?

Mi corazón comenzó a martillear contra mis costillas. Curiosidad. Era una palabra tan pequeña para el torbellino que sentía en mi interior. 

—Curiosidad es una parte natural de la diplomacia, Venus. Por supuesto que estoy interesada en interactuar con todos nuestros invitados.

—¡Ah, diplomacia! Claro —Venus soltó una risita, pero esta vez no era burlona, sino casi comprensiva. Se levantó y se acercó a la ventana, fingiendo interés en el paisaje nebuloso de Neptuno—. Solo digo que… sería normal, ¿sabes? Sentirse abrumada o nerviosa. No te hace menos reina. 

Se dio la vuelta para mirarme, y por primera vez, no vi picardía en su rostro, sino una leal y solidaria complicidad. No estaba allí para forzarme a hablar de Seiya, sino para recordarme que tenía una red de seguridad. Que no estaba sola. Sonreí enternecida.

—Los discursos —repetí, mi voz un poco más firme pero con tintes de agradecimiento en mis ojos—. Tengo que repasarlos.

—Claro, su majestad. Los discursos —me miró nuevamente y decidió que tal vez había sido demasiado—. Que descanses.

Venus llegó a la puerta y se detuvo, con la mano en el marco. No se fue inmediatamente. Se quedó ahí un momento, mirando el pasillo desierto, como si estuviera decidiendo algo. Luego, se volvió hacia mí una última vez. Su expresión ahora se mostraba profundamente melancólica, como si estuviera viendo una película triste que solo ella podía visualizar.

—¿Sabes? —dijo, su voz mucho más suave—. A veces pienso en lo raro que es el amor. En cómo puede ser tan vasto como un sistema solar y, aun así, caber en el gesto más pequeño. Como mandar un plato de comida.

Hizo una pausa, dejando que sus palabras flotaran en la habitación. Yo me quedé quieta, paralizada, como una presa que acababan de arrinconar.

—A veces —continuó, casi para sí misma—, dos personas se encuentran en el camino. Y por un momento, son todo el universo la una para la otra —Sus ojos se encontraron con los míos, y supe que ya no hablaba en abstracto. Hablaba de Mamoru, de Seiya, de todos nosotros—. ¿No es eso lo que importa y no que tanto dura?

Respiré hondo. ¿Cómo era Venus capaz de ver los rincones más profundos de mi mente y de mi alma? 

—No es malo, ¿sabes? Dejar ir. A veces es lo más valiente que se puede hacer. Sé que duele y da mucho miedo pero te lo debes a ti misma.

Se enderezó, y su mirada se volvió de nuevo ligeramente incisiva, pero con una compasión infinita. Sus palabras me habían calado hasta lo más profundo, porque dentro de mi pecho aún había demasiada culpa. Quise hacer lo que se supone que debíamos hacer, traté de cumplir mi rol al ras de la letra pero no fue suficiente. Debí dejar ir a Mamoru, debí dejar que él tomara las riendas de su propia vida. Debí hacerlo en el momento en que me di cuenta que ya no era él a quien quería.

Seguía sin dejar ir. A pesar de la separación, a pesar de que ahora vivíamos vidas completamente diferentes, me preguntaba aún porque no fui capaz de volver a enamorarme de él. Vivía reviviendo una y otra vez el fracaso de mi cuento de hadas personal.

—El aire en esta suite es pesado, Serenity. Huele a recuerdos viejos y a decisiones sin tomar. No vas a poder repasar ningún discurso así —Señaló con la cabeza hacia el pasillo—. ¿Y si salimos a tomar un poco de aire? He oído que los jardines de cristal de la terraza norte están vacíos a esta hora. No iremos cerca de las suites de los invitados, lo prometo. Solo… aire. Para aclarar la cabeza. Para que recuerdes quién eres ahora, no quién eras entonces.

Mire la mano que Venus me ofrecía, literalmente y figuradamente. No tenía corazón para decirle que no estaba lista para enfrentar mis arrepentimientos y que por supuesto que Seiya estaba incluido en muchos de ellos, pero el aire neptuniano era fresco y olía a electricidad. Por alguna razón siempre me había parecido vigorizante, así que acepté su invitación.

 

 

 

 

POV Sailor Star Fighter

 

Los pasos fueron tan suaves que apenas perturbaban el silencio, pero los reconocí al instante. Era el ritmo de Kakyuu, un compás que tenía memorizado en el alma. Me quedé inmóvil, fingiendo un sueño profundo, aunque cada músculo de mi cuerpo estaba en alerta. ¿Qué quería? ¿Venía a reprenderme por mi humor en la cena? ¿A recordarme de nuestro deber?

Sus dedos, ligeros como plumas, se posaron en mi cabello y comenzaron a acariciarlo con una ternura que me partió el pecho en dos.

—Lo sé —susurró su voz, un hilo de sonido cargado de una tristeza infinita—. Sé que me amas. No tienes que recordármelo.

Contuve la respiración. Cada palabra suya era un clavo en mi conciencia.

—Sé que debería dejarlo ir —añadió, y esta vez su voz sonó a resignación, a una batalla perdida hace mucho tiempo—. Lo he sabido todo este tiempo, de una u otra manera. Tus ojos hoy brillaban más de lo normal.

Su mano se detuvo por un segundo, como si estuviera grabando la sensación en su memoria. Luego, los pasos se alejaron de nuevo, tan silenciosos como habían llegado, y la puerta se cerró con un click apenas audible.

Me senté en la cama de un salto, como si me hubiera electrocutado. La habitación estaba vacía, pero sus palabras colgaban pesadas en el aire. Sé que me amas. No como un amante, sino como un sol ama a su planeta. Con lealtad, con devoción. Sé que debería dejarlo ir. Ella lo sabía. Sabía que mi corazón, esa parte rebelde e ingobernable que ni siquiera yo entendía, había regresado a ella incompleto desde hace mucho tiempo. La culpa me sobrepasó, feroz y familiar. Kakyuu merecía todo, y yo solo le había dado migajas de un sentimiento que ella conocía muy bien. Pero bajo la culpa, brotó algo más: una liberación agonizante. El secreto estaba fuera. Ya no era solo mío. Ella lo conocía y, a su manera, me daba su permiso para soltarlo.

No lo pensé más. La necesidad de escapar de esas cuatro paredes, de ese sentimiento que me ahogaba, fue un impulso visceral. Apreté mi broche entre mis manos. La transformación me recorrió como una corriente eléctrica y la energía familiar de Seiya me envolvió por completo.

Huí por mi ventana, rezando que nadie me encontrara en plena escapatoria. Afortunadamente los pasillos parecían estar vacíos de vigilancia o de otros viajeros. Me dejé llevar por los corredores fríos y brillantes del palacio neptuniano, tratando de no hacer demasiado ruido sobre la baldosa cristalina color aqua. No tenía realmente un destino. Solo necesitaba moverme, sentir el aire en el rostro, recordar cómo se sentía habitar este cuerpo sin pretender ser otra cosa. Por primera vez desde que habíamos aterrizado, la opresión en mi pecho cedía. Estaba en un planeta extraño, sí, pero su aroma me recordaba vagamente a la Tierra. Era una sensación húmeda y salada. Rápidamente una imagen vino a mi cabeza y me sentí el ser más tonto sobre la Vía Láctea. Claro, olía a Michiru.

Mis pasos me llevaron a lo que parecía ser un enorme jardín interior.  La vegetación era extraña, cristalina y bioluminiscente, pero el susurro de las hojas y la paz del lugar calmaron mi espíritu inquieto. Respiré hondo, mirando hacia arriba, hacia el domo cristalino que nos mantenía con vida y que simulaba tener estrellas.

Y entonces la vi.

En un balcón elegantemente tallado en cristal y mármol, dos siluetas estaban recortadas contra la luz tenue de la bioluminiscencia violeta. Reconocí al instante la melena dorada de Venus. Y a su lado…

El aire se me atragantó en los pulmones.

Serenity no estaba vestida con sus ropajes reales que había visto en el folleto, sino con algo más sencillo, íntimo. Una bata de seda quizás, demasiado traslúcida para mi salud cardiaca. En una mano sostenía una copa; en la otra, una botella de vino que brillaba con un color esmeralda. Se reía de algo que Venus decía, y el sonido, amortiguado por la distancia, me llegó como un eco de una vida pasada.

El mundo se detuvo.

Fue como transportarme a otra época, una que se había quedado muy atrás pero que recordaba demasiado bien. A otra noche, a otro balcón, a otra chica en pijamas que yo miraba desde la calle, con el corazón latiéndome con una fuerza que bien podría haberme reventado las costillas. La misma posición. Yo abajo, en la penumbra, observando. Ella arriba, bañada en luz, inalcanzable.

El dolor fue tan agudo y tan dulce a la vez que me doblé levemente, llevándome una mano al pecho mientras sonreía como idiota. No había terminado con ella. Ni por asomo. Todo lo que había enterrado, todo lo que había negado, brotó como un géiser, inundándome con una ferocidad que me dejó temblando.

—¡Usagi!

No pensé en lo absoluto. Solo lo hice. Grité su nombre, sin importarme si de la nada salían guardias reales dispuestos a sacarme a órbita. Venus y Serenity voltearon a su alrededor, contrariadas y confundidas. Noté como Serenity soltaba su copa que se estrellaba en el piso y resonaba igual en la noche. Cuando su mirada me encontró, se congeló en la mía. Sonreí otra vez, como hacía mucho no lo hacía. Sentía que las comisuras de mis labios se estiraban de más.

—¿De verdad eres tú? —susurré para mi.

El mundo se redujo a ese balcón, a esa figura bañada en luz violeta que me miraba como si yo fuera una visión. El tiempo se estiró, se congeló, mientras nuestras miradas se mantenían ancladas la una a la otra. Vi cómo su mano, la que había soltado la copa, se elevó lentamente hacia su pecho, apretando la seda de su bata justo sobre el corazón. Sus labios se separaron en un pequeño oh de incredulidad absoluta. En su rostro solo pude leer una conmoción tan pura que parecía borrar por completo a la reina de su rostro, dejando solo a Usagi, la chica del balcón de otra vida.

—¿Seiya? —Su voz no fue un grito como el mío, sino un susurro quebrado que, gracias al silencio de la noche, llegó hasta mí como si estuviera a centímetros.

Esa voz. Esa forma de decir mi nombre. Mi sonrisa, ya de por sí desbordada, se amplió hasta doler. Sentí una punzada de lágrimas detrás de los ojos que me negué a dejar caer. Asentí, un movimiento brusco y torpe de la cabeza, incapaz de encontrar palabras que no fueran su nombre gritado una y otra vez en mi mente.

Usagi, Odango.

Ella se inclinó levemente sobre la barandilla, como si tratara de acortar la distancia que nos separaba. Me asusté un poco, temiendo que se le ocurriera saltar, así que me acerqué aún más, estirando mis brazos.

—¿Qué… qué haces aquí? —preguntó, y su tono era una mezcla de confusión y algo más, algo esperanzado que me hizo el corazón dar un vuelco.

Abrí la boca para responder, pero nada salió. Solo me quedé ahí, mirándola, bebiéndome su imagen etérea. Intenté obligarme a hablar en lugar, de generar algún tipo de interacción, de hacer cualquier cosa para seguir escuchando su voz.

—Tú me invitaste, ¿no?

Serenity rió y aquel sonido casi me hace empezar a trepar por la pared para llegar a ella. Me sentía tan lleno de ansiedad al mismo tiempo que jamás había sentido una paz tan intensa en mi interior. Se que era contradictorio, pero Odango no hacía otra cosa que hacerme sentir puras cosas ilógicas.

—Veo que no has cambiado nada.

Venus puso su mano en el hombro de Serenity para recordarle su presencia. Le susurró algo al oído, demasiado bajo para que yo pudiera oírlo. Serenity asintió lentamente, sin apartar sus ojos azules de mí. Venus, con una sonrisa que ahora era abiertamente triunfal, le dio una última palmadita en la espalda y se volvió, dejándola sola en el balcón.

Solo éramos nosotros dos. Seiya y Usagi. Fighter y Serenity. Atrapados en una burbuja de tiempo robado, bajo un cielo falso, en un planeta que no era el de ninguno. El silencio volvió a caer entre nosotros. Yo seguía plantado como un idiota en medio de la vegetación luminiscente, con el corazón martilleándome en los oídos, esperando su próximo movimiento.

Ella solo siguió mirándome. Y entonces, muy lentamente, como si temiera asustarme, esbozó la más tímida y la más vulnerable de las sonrisas.

 

 

 

 

Epílogo

 

El gran salón de cristal de Neptuno resonaba con el murmullo pulcro y medido de la diplomacia interestelar. La luz fría del sol artificial que se proyectaba en el domo de cristal se fracturaba en mil destellos sobre los invitados. En el centro de todo, serena e impecable, estaba la Neo-Reina Serenity.

Su vestido era un caudal de seda blanca y plateada que se ceñía a su figura con elegancia, su tiara relucía sobre su cabeza como si contuviera un trozo de la mismísima luna en ella, y la sonrisa con la que saludaba a todo mundo era cegadora.

Desde el flanco opuesto de la sala, Sailor Star Fighter la observaba, apoyada contra una columna de cristal. Vestía el uniforme de gala de Kinmoku, ajustado y mucho más conservador que su traje de senshi. Su postura era relajada, con los brazos cruzados, una copa entre sus dedos y una pierna cruzada sobre la otra. Su mirada, intensa y descarada, seguía a una sola figura en la habitación.

—¿Planeas quedarte plantada aquí como un poste toda la mañana? —la voz de Healer cortó el aire a su lado, cargada de su irritabilidad característica—. Podrías al menos pretender interesarte en la razón por la que estamos aquí.

Fighter no se inmutó. Ni siquiera volvió la cabeza.

—Eso hago. Estoy observando las dinámicas de poder. Es algo realmente fascinante —murmuró, con un tono de voz bajo y más ronco de lo normal.

—Dinámicas de poder, claro —bufó Healer—. Parece más que estás hipnotizada por una dinámica de poder muy específica, con cabello platinado y una tiara —Se acercó más hacia el oído de Fighter, quería regañarle sin llamar demasiado la atención—. Te recuerdo que le prometimos a Kakyuu que nos portaríamos bien.

Esta vez, Fighter giró la cabeza. Una sonrisa lenta, cargada de una arrogancia que Healer no le había visto en años, se dibujó en sus labios.

—Te prometo que me estoy portando bien —susurró, solo para su compañera—. Muy bien.

Healer la miró con desconfianza, pero antes de que pudiera replicar, la atención de ambas se vio atraída por el centro de la sala.

Serenity se giró para aceptar algunos documentos de manos de Mercury, y en ese movimiento, su mirada se cruzó con la de Fighter. El mundo se detuvo para ellas. Un segundo, dos, máximo. La sonrisa protocolaria de Serenity no se quebró, pero sus pupilas se dilataron levemente, y la punta de su lengua se humedeció los labios en un gesto rápido, nervioso. Un destello de calor íntimo y compartido iluminó los ojos plateados de la regente y las pupilas cerúleas de la guardiana. Fighter, por su parte, no sonrió. Solo inclinó la cabeza en un micro-asentimiento, casi imperceptible. Un gesto de respeto formal que, para ellas, era cualquier cosa menos eso.

Serenity desvió la mirada primero, y una ola de rubor subió desde su escote hasta sus mejillas. Llevó inconscientemente los dedos a un pequeño colgante de plata, que no era de su joyero habitual, con forma de estrella fugaz que colgaba de su cuello, escondido bajo el cuello alto de su vestido. Lo tocó, frotando su superficie pulida con la yema del dedo, como buscando consuelo o recordando su textura contra su piel.

Al otro lado de la sala, Fighter alzó su copa de cristal para beber un sorbo de agua. Cuando la bajó, la sonrisa segura de Seiya estaba plasmada en ella. Los labios se le curvaban inconscientemente al recordar los sabores de la noche anterior.

—¿Qué fue eso? —masculló Healer, habiendo captado el silencioso intercambio, no lo podía creer—. ¿Sucedió algo anoche?

—No seas chismosa —respondió Fighter, sin un ápice de negación.

Sin embargo, Healer no fue la única que captó la tensión que se cocinaba entre ellas dos. Para desgracia o virtud de ambos, habían muchos ojos sobre ellas.

Venus, de pie junto a Júpiter, siguió toda la coreografía muda con satisfacción. Se acercó a Serenity cuando esta quedó momentáneamente sola.

—Su Majestad está radiante esta mañana —comentó, su voz un susurro melodioso—. Ese corte de vestido le sienta de maravilla. Muy elevado. El cuello alto le da un toque especial.

Serenity se quedó paralizada por un segundo, y luego una risa nerviosa y genuina se le escapó de los labios.

—Minako… —su voz fue una advertencia susurrada, pero sus ojos brillaban con una mezcla de alegría y complicidad.

—Solo digo —Venus sonrió, impenitente— que el aire de Neptuno parece haberle sentado de maravilla.

Y Kakyuu, sentada con elegancia en su lugar asignado, observaba también el perfil relajado de Fighter, la nueva seguridad en su postura, y la manera en que sus hombros habían perdido la tensión que mantenían desde su llegada. Una tristeza serena cruzó su rostro, seguida de un suspiro de alivio. Su propia mano se cerró sobre un brazalete en su muñeca, uno que Fighter le había regalado hacía años. Lo desabrochó con dedos firmes y lo guardó en un bolsillo secreto de su vestido.

Por fin, podía dejarla ir.

La cumbre prosiguió. Las palabras sobre alianzas intergalácticas llenaron el aire. Pero bajo la superficie pulida del protocolo, en el roce de una mirada, en el rubor de una mejilla, en la sonrisa de un secreto compartido, una historia mucho más humana y poderosa había encontrado, por fin, su curso. Como una flor silvestre, se había resistido a morir y había logrado brotar en el lugar y en el tiempo más improbable.