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(ESP) Flowers Petals and Feathers

Summary:

Kise Ryouta era un montón, y eso no era novedad. Todo el mundo lo sabía, incluso él mismo, y desde el inicio de sus recuerdos así lo había sido. Era un arma de doble filo, le había dicho su mamá hacía dios sabrá cuanto. Y él tendía a darle la razón.
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"Alguna vez te sentiste encerrado, Aominecchi?"

Notes:

tiene kise algún trastorno? abro hilo.
(forma de pensar super enfermiza esta. aviso. huge tw for that.)

(See the end of the work for more notes.)

Work Text:

 "Entonces, necesito que intentes pensar qué sentimiento actúa de disparador para esto"

 

Kise Ryouta era un montón, y eso no era novedad. Todo el mundo lo sabía, incluso él mismo, y desde el inicio de sus recuerdos así lo había sido. Era un arma de doble filo, le había dicho su mamá hacía dios sabrá cuanto. Y él tendía a darle la razón.

Cuando era chico demasiado problema no había ya que, excepto por la fuerza casi inconsciente que a veces demostraba tener, su naturaleza sobreestimulante y desbordada se mostraba mayormente en una extroversión de librito, en una voz un poco muy fuerte, que sus maestras sabían excusar como él siendo sencillamente 'un chico demasiado amoroso'. Es tierno que quiera hablar tanto, que sea tan curioso, por eso le perdonamos la intensidad. En esas épocas era todo un juego, y si su inhabilidad para ponerse limites se volvía peligrosa, simplemente solía exteriorizarse como el correr lo más rápido posible hasta tropezarse y caer, jugar lo más bruto que se pueda y sentir el corazón en el pecho, acelerado de más. Era el momento donde los moretones estaban permitidos, los raspones eran cosa usual y las pupilas dilatadas eran solo una señal de un juego un poquito desatado. Nada más. No había por que darle más vueltas, boys will be boys and that's it.

Para el momento de su ingreso a la secundaria baja, ya todo su entorno tenía formas de explicar este comportamiento, este exceso constante que, contra todo pronóstico, solo parecía crecer exponencialmente con la edad. 

Es que los de géminis son siempre así, desmedidos, se tiran a todo de cabeza, especialmente cuando son chicos.

Tu papá era igual en la escuela, no tenés idea de que tan seguido me llegaban llamadas del director. Por suerte después se le pasó.

 

 

Pero no solo él había crecido, también lo había hecho el sentimiento, que ahora venía acompañado de otro, el cual había tomado lugar, lenta y sigilosamente, y había ido instalándose en todo su ser.

"Alguna vez te sentiste encerrado, Aominecchi?", era el final del primer año, ya llevaban varios meses jugando juntos para Teiko; aunque no eran los mejores amigos, él tenía la esperanza de sentirse comprendido. Alguien en otro lado tiene que estar pasando por esto, pensaba mientras el moreno levantaba la ceja con confusión.

La verdad es que creerse atrapado es horrible, en general. Pero su sofocación no se explicaba por un miedo o una claustrofobia usual. Él se sentía encerrado, oprimido en su propio cuerpo. Esto aumentaba cuando jugaba al básquet, porque entonces su corazón latía muy rápido, su cerebro corría a diez mil kilómetros por hora, sus nervios se sentían como si estuvieran prendidos fuego y ahí era cuando no sabía que hacer. Sentía en la cavidad de su pecho una presión inexplicable, asfixiante, y le daba miedo. También le daba miedo, además, porque entonces pensaba que su cuerpo no iba a ser capaz de soportarlo mucho más, y se sorprendía a si mismo pensando en lo bueno que sería ser aún más -más alto, más grande, más fuerte-, o mejor aún, no ser nada. No tener una forma física limitadora, poder sentir y flotar a su gusto, poder ser libre.

Qué se suponía que debía hacer con estas ideas si, aún sabiendo lo tontas e infantiles que eran, no podía dejar de pensarlas?

"Siempre, Kise, siempre"

 

Por lo que había seguido así, en ese espacio de entendimiento mutuo (aunque siempre tácito, porque como podían hablar de algo que ni siquiera terminaban de entender en primer lugar siendo él, siendo ellos solo adolescentes?), dejándose llevar por la pasión que lo consumía. 
Si sus compañeros eran iguales, entonces no podía estar tan mal, no? Al fin y al cabo, si su forma de ser y sentir tenía como consecuencia que sus ataques en la cancha fueran así de mordaces e imparables, debía aprovecharlo. Las palabras del resto, especialmente las de Akashi, lo motivaban a siempre ser más, y él habría hecho cualquier cosa por mantener ese grupo, el cual de a poco notaba se estaba convirtiendo cada vez más en un pilar fundamental para mantener la vida caótica que él tenía agarrada con pinzas.

Era chico, tenía tiempo, era este el momento de ser descontrolado, de dejarse llevar y no pensar en las consecuencias. Aunque a veces algún profesor o adulto cercano le advertía de la necesidad de tener un freno, de saber volver a la orilla después de salir a nadar, cuando él y la GdM terminaban los partidos y se abrazaban -mojados de pies a cabeza en transpiración, con el cuerpo caliente y la mente dándoles vuelta, muchas veces con sonrisas y miradas que parecían aterradoras para cualquier externo- entonces Kise no podía encontrar la fuerza de voluntad para sentir otra cosa que no fuera puro orgullo. De su personalidad, de la de sus compañeros, de la unión entre ellos y la realidad que lo rodeaba actualmente.


La pasión se le salía por los poros, el amor por todo (sus amigos, el deporte, la vida como tal) lo sacudía de arriba a abajo, y no había forma de que una actitud tan aparentemente positiva pudiese llevarlo a algo malo.

 

 

"No sé que hacer, Ki, no quiero que esto termine así! Se supone que somos- que son todos amigos!", la voz de Momoi sonaba a gritos contra su oído, contra el que tenía apretado el teléfono con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos.

Todo se estaba cayendo a pedazos, y no entendía por qué estaba pasando ni cuándo había empezado el principio del fin. Todo estaba cambiando, y la velocidad de adaptación que siempre había envidiado y agradecido de sus amigos ahora lo estaba volviendo loco, porque realmente no podía seguirles el ritmo. Estaban por terminar la secundaria baja -apenas quedaban un par de semanas para el acto de fin de año-, y excepto por él y Momoi (y quizás Kuroko, con quien no había tocado tanto el tema porque era con quien se había apegado más, y la idea de saber lo que realmente pensaba, sobre todo si resultaba que no estaban de acuerdo, lo asustaba con tanto ímpetu que le daba hasta vergüenza) todos parecían conformes con lo que estaba pasando.

Todos parecían avalar la actitud de Akashi, estar de acuerdo con su idea de separarse, y no podía ni empezar a comprender como la idea no les parecía tan aterradora y desesperante como a él, como a ellos no se les revolvía el estómago, como el resto podía seguir normal cuando él se estaba muriendo, de forma no tan figurativa como querría.


Los días habían seguido pasando, obviamente, y como su perspicacia en la cancha se reflejaba en otros aspectos de su vida, de a poco había notado como en tiempo real todo lo que conocía se le escapaba de las manos.

 


Había intentado hablarlo, creía recordar, pero entonces le había golpeado en la cara una realidad que él creía haber superado totalmente. La gente solía subestimarlo, reducirlo a una cara bonita, una voz fuerte y molesta, un chico pesado que es buenísimo en el deporte, y por eso se lo perdonamos. Se lo dejamos pasar. 
Entonces todo había explotado. Se había vuelto obsesivo, paranoico, y aprovechaba cada mínima situación que se le presentaba para hacer una escena a los gritos, acusando a sus compañeros de cualquier cosa por más ridícula que fuese, notándose desesperado por sentirse unido a ellos por algo, por lo que fuese necesario con tal de volver a generar este vínculo. Era esto algo nuevo, una reacción reflejo, o simplemente la otra cara de la misma moneda, el segundo filo del que su madre le había advertido?

 
Los días felices, que aún seguían existiendo, lo hacían sentir peligrosamente drogado, como si estuviese volando en una nube de éxtasis y euforia, pero siempre lo peor venía después, cuando ese momento se rompía y volvía a sumirse en el pánico, gritando y arañando y golpeando lo que se cruzara en su camino con el puro (y algo ridículo) objetivo de sentir que tenía algo de poder sobre su destino. 
Llegado ese momento su personalidad ya había dejado de ser algo para dejar pasar, una falla justificable, y se había convertido en su debilidad fundamental, porque lo malo estaba comenzando a pesar más que lo bueno en las balanzas del resto.

Y ahí volvíamos a lo de antes, porque cada vez creía con más certeza que no podía faltar mucho para que su corazón explotara o su cerebro se prendiese fuego consecuencia del esfuerzo brutal que debía hacer para soportar el mar de pensamientos y emociones destructivas que lo perseguían. Era un problema diario, más aún cada vez que llegaba a su casa y de repente nada podía distraerlo. Porque se sentía chiquito, tan chiquito y tan pero tan solo, vulnerable para que los fantasmas de su mente pudieran tomar forma y atacarlo a su antojo. Nadie podía frenarlos, nadie podía decir que no o pedir ayuda, ni siquiera -o especialmente no- él.
Volvía a ser el Kise de diez años, llorando con demasiada fuerza por la muerte de un personaje de una serie mientras su familia se reía de él, incapaz de comprender por qué a nadie más le afectaba, por qué todo el mundo era tan apático. Excepto que ahora nadie se reía, ni con ni de él, y sus problemas eran reales, tangibles. La presión en su pecho había vuelto, aún más abrasadora que antes, y se iba expandiendo por el resto de su cuerpo, incendiando todo a su paso, atentando con escaparse de los confines de su piel y quemar su entorno también.

Su vida se había vuelto cíclica. Pasaba del cero al cien -mejor dicho, del menos cien al más cien- sin ningún disparador más que algún comentario o acción de cualquiera de sus compañeros, quienes cada vez se (y lo) aguantaban menos.

 

 

"Necesitas un cable a tierra, no te podes perder así. No sos mala persona, Kise", las palabras de Kuroko rebotaban en su cabeza una y otra vez mientras se hacía una bolita en la esquina del suelo de su baño, su respiración agitada y sus ojos nublados por las lágrimas en algo que no era nada más que un reflejo de prácticamente todas sus noches desde hacía meses. Él tampoco creía ser una mala persona, nunca lo había creído, pero honestamente ese ya no era un concepto relevante para él. Ahora solo le importaba la necesidad imperiosa que tenía de por favor sentirse en control, dueño de algo, capaz de manejar el qué, cómo, cuándo y por qué de literalmente cualquier cosa.


Todo lo vinculado a su persona, en tiempo pasado, presente, y futuro era tan nebuloso, tan confuso. Quería sentir más y a la vez menos, estar más y menos consciente, quería entender qué le pasaba, por qué a él, o por qué al resto no. Quería saber si estaba mal y en ese caso que hacer al respecto, cosa que de repente si importaba, porque no podía perder a sus amigos, porque no tenía otra cosa, y de nuevo se atrapaba a mitad de la noche, incapaz de dormir y pensando cosas que le daban miedo, como que realmente no tendría futuro si no seguía compitiendo y ganando con ellos; no podía permitirse perder lo que lo definía.

 

 

La primera vez que pasa, la sorpresa dura menos de lo que espera o debería. Está bañándose, peleando la interminable batalla contra su mente una vez más cuando se resbala (no nota cuando pisa el jabón, no nota no siquiera lo que está pasando, no puede prevenirlo), por lo que termina a punto de caer sentado al suelo, salvado por sus rápidos reflejos que inconscientemente le permiten agarrarse de de las estanterías de la ducha justo a tiempo. Mientras se incorpora de nuevo entre insultos susurrados, nota algo extraño. Hay gotas rojas en el suelo, y cuando finalmente posa su mirada en su mano, lo entiende. Tuvo la mala suerte de ir a agarrar la estantería donde normalmente apoya su maquinita de afeitar -malditas sean las agencias de modelaje, obsesionadas con que no tenga ni un solo pelo en el cuerpo-, por lo que actualmente la tiene enterrada en su palma izquierda, y la imagen le causa un siseo de dolor.


Como sea, al sacar la navaja de su piel, Kise nota algo que antes no. Mientras el hilo rojo cae, más rápido potenciado por el agua de la ducha, dando la idea de ser más abundante, mientras el ardor en su mano se hace más notable ante la falta de presión, él se da cuenta de que está presente. Y tranquilo. Tan tranquilo. No sabe cuanto tiempo pasa así, con los ojos bien abiertos, enfocados en la herida mientras su respiración se acelera, se regulariza, y se vuelve a acelerar en bucle.

 

No nota que su cerebro está totalmente callado hasta varios meses después, cuando está tirado en la cama con una navaja apretada contra el abdomen (a estas alturas lleno de marcas de distintos tonos de rosa, que definitivamente molestarían a las agencias si siguiese modelando) y su uniforme arrugado en la boca para no hacer ruido, y se le ocurre que quizás es esto lo que necesitó siempre. En que quizás los chicos como él -los chicos que son y sienten mucho, los que llevan el corazón en la mano y los sentimientos a flor de piel- necesitan una forma de mantenerse bajo control para no molestar al resto. Para no asustarlos. Ese pensamiento no le da miedo. Por primera vez en su vida, le parece una reacción lógica, sobre todo teniendo en cuenta lo liviano que se siente su pecho.

 

Incluso cuando sus amigos se separan y él sobrevive, no para de hacerlo. O cuando se reúnen, ya en la secundaria alta, para jugar con sus respectivos equipos y sobrevive también. O cuando por fin las cosas empiezan a mejorar de a poco, cuando recupera contacto con Kuroko y el resto, cuando conoce a Kagami y compañía, cuando sobrevive una vez más.

 

 

"Ya no me acuerdo, honestamente"

 

Y quizás no es tan mentira. No puede no reírse al respecto.

 

Notes:

wannabe character study... lo escribí todo de un tirón no me juzguen