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—Adiós, guapito — decía el mensaje. Tan simple, tan definitivo como si no estuviera arrancándole el corazón del pecho con un texto.
—¡No, pendejo! —gritó Roier a su comunicador, sintiendo cómo su mundo se desmoronaba—. ¡No te atrevas!
—Te amo —fueron las siguientes palabras de Cellbit antes de desconectarse.
—¡NO! ¡Nonnonono, falta mucha gente, no mames! —Roier intentó saltar del barco, sus manos desesperadas extendidas hacia la figura de Cellbit en la montaña. Pero un par de brazos lo sostuvieron firmemente por la espalda, impidiéndole seguir al amor de su vida—. ¡SUÉLTENME!
—¡CELLBIT! —su voz se quebró en un grito desgarrador que se perdió en el viento.
La voz resonó sobre todos ellos, fría e implacable.
Tres.
—¡GATINHO, NO! ¡POR FAVOR! —las lágrimas comenzaron a correr por su rostro mientras forcejeaba contra los brazos que lo retenían.
Dos.
—¡DÉJENME IR POR ÉL! ¡YO PUEDO TRAERLO! ¡POR FAVOR! —su voz se rompió completamente. Sus ojos se encontraron una última vez. Y en ese momento, Roier supo que Cellbit había tomado su decisión mucho antes de ese instante.
Uno.
—¡TE AMO! ¡NO ME DEJES! ¡CELLBIT, POR FAVOR! —pero sus palabras se ahogaron en el estruendo ensordecedor.
BOOOOOOM
La isla estalló en un resplandor cegador. Lo último que vio fue la silueta de Cellbit desapareciendo en la luz, llevándose consigo una parte de su alma que sabía nunca podría recuperar.
...
Roier despertó con un grito ahogado, su cuerpo incorporándose de golpe como si una corriente eléctrica lo hubiera atravesado. Por un momento parpadeó confundido, desorientado. El cielo no era rojo. De hecho, no había cielo. Estaba en... ¿una cueva?
El latido de su corazón martilleaba contra sus costillas, tan fuerte que parecía el único sonido en el mundo. Se obligó a respirar profundo, sus manos temblando mientras se aferraban a la manta.
A ver, Roier... tranquilo... respira profundo… uno-
Poco a poco el mundo comenzó a definirse. Las paredes de piedra de la cueva se volvieron más nítidas. El eco de gotas de agua cayendo en algún lugar al fondo. El suave crepitar de la fogata en la conexión de al lado. Sintió la textura áspera de la manta sobre sus piernas. Pero algo faltaba.
La urgencia volvió a subir por su espalda.
¿Qué era? ¿Qué faltaba? ¿Por qué su pecho se sentía tan vacío?
Hasta que lo notó.
La respiración de Cellbit.
Giró la cabeza bruscamente. Allí estaba, durmiendo pacíficamente a su lado, ajeno a todo.
De repente el recuerdo del sueño lo golpeó como una ola. El purgatorio. La trampa. La isla a punto de explotar. Y ese pendejo—su pendejo—corriendo de vuelta por Richarlyson sin avisarle. Dejándolo. Sacrificándose.
Miró la figura dormida de Cellbit. Por un segundo, solo existió esa imagen: su hermoso, inteligente y terco esposo. El hombre que le había prometido nunca dejarlo solo. ¿Sería capaz de hacerlo si la situación fuera real?
Por supuesto que sí. Si se tratara de Richarlyson, Cellbit haría lo que fuera. Sin dudarlo. Sin mirar atrás.
El enojo floreció en su pecho como té caliente quemándole las entrañas.
No por Richarlyson, nunca por su hijastro. Sino por conocer demasiado bien las tendencias de mártir de su esposo. Esa culpa que aún cargaba. Esa maldita autoestima destrozada que lo hacía pensar que los demás estarían mejor sin él. Casi podía escucharlo, diciéndose a sí mismo que Roier eventualmente estaría bien. Como si fuera tan fácil. Como si no acabara de arrancársele el alma en ese sueño ante la mera idea de perderlo.
Antes de darse cuenta, sus puños ya estaban golpeando los costados de Cellbit.—¡Estúpido! ¡Pendejo! ¡Imbécil! —las palabras salían entrecortadas entre golpes.
—Ow, ow, ow, ¿o que está aconte- Ow! —el rubio se quejó, su voz ronca de sueño, tratando de enrollarse sobre sí mismo para protegerse.
—¡Pendejo! —otro golpe, sus ojos ardiendo con lágrimas contenidas.
Cellbit abrió los ojos, encontrándose con Roier —Guapito, ¿Roier qué…?
—¡Imbécil! ¡Estúpido! ¡Idiota! —su voz se quebró en la última palabra.
—¡¿Qué pasa?! ¡Roier! —Cellbit finalmente reaccionó completamente, incorporándose de golpe y atrapando sus muñecas entre sus manos—. ¡Guapito, guapito! ¿Qué pasa?
El alboroto despertó al resto. Foolish fue el primero en sentarse, seguido de Etoiles. Desde la conexión inferior se escucharon pasos apresurados. Jaiden y Slime entrando a toda velocidad con gritos de guerra.
—¿Qué pasó? ¿Dónde está el enemigo? —preguntó Etoiles, alarmado, todavía medio dormido pero ya desenvainando su espada.
—¿Están bien? —Philza apareció en la entrada, con Baghera pisándole los talones.
—Roier, mírame —Cellbit sostenía firmemente sus muñecas, sus ojos azules buscando los de él con preocupación—. Guapito, ¿qué pasó? ¿Tuviste una pesadilla?
Y fue en ese momento, cuando sus miradas se encontraron que algo se rompió dentro de Roier. La realidad del sueño. La realidad de que Cellbit sí sería capaz de dejarlo. La realidad de que podría perderlo en un segundo.
Se puso de pie bruscamente, liberándose del agarre de Cellbit con un tirón. Las lágrimas que había estado conteniendo comenzaron a rodar por sus mejillas.
—Roier... —Cellbit se levantó también, extendiendo una mano hacia él.
Pero Roier retrocedió, negando con la cabeza, las lágrimas cayendo libremente ahora. Sin decir palabra, se alejó hacia la entrada de la cueva, buscando escaparse. Buscando donde poder llorar sin que lo vieran desmoronarse. Al carajo la lluvia ácida de afuera, no importaba.
—¿Qué...? —Slime miró a Cellbit, luego hacia donde Roier había desaparecido—. ¿Qué pasó amigo?
—No lo sé —respondió Cellbit, su voz tensa, mirando hacia la oscuridad donde su esposo se había refugiado. La confusión y el miedo se reflejaban en su rostro—. No lo sé.
…
Por un largo momento, solo hubo silencio en la cueva. El tipo de silencio pesado que se instala después de una tormenta emocional. Nadie había parecido seguirlo, todos quedándose en la otra parte de la caverna, pero Roier podía sentir sus miradas preocupadas desde la distancia.
Estaba sentado en la entrada de la cueva con las rodillas contra el pecho, viendo el desierto bajo la lluvia hirviente, tratando de controlar su respiración. Las lágrimas habían dejado rastros fríos en sus mejillas.
Escuchó pasos acercándose. Suaves, cautelosos. Conocía esos pasos.
—Guapito... —la voz de Cellbit era apenas un susurro, teñida de preocupación y algo más. Miedo, tal vez—. ¿Puedo... puedo sentarme contigo?
Roier no respondió, pero tampoco se alejó cuando Cellbit se sentó a su lado, manteniendo una distancia respetuosa. El silencio se extendió entre ellos. Era tan doloroso como en su sueño, pero no tenía la fuerza de decir palabra.
—No sé qué hice —comenzó Cellbit, su voz temblorosa—. Pero sea lo que sea, lo siento. Roier, por favor, mírame. Háblame. Lo que sea.
—Me abandonaste, rompiste tus votos —las palabras salieron quebradas de la garganta de Roier—. Me dejaste solo.
—¿Qué? Guapito, yo nunca—
—En el sueño —interrumpió Roier, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano—. Llegábamos a una habitación blanca. Encontrábamos a los niños allí. Y entonces... —su voz se quebró—. Empezaba una cuenta regresiva. Era una bomba. Una trampa. Y tú... regresaste por Richarlyson sin decirme nada. Te quedaste en la isla mientras explotaba.
Cellbit se quedó en silencio, procesando sus palabras. Roier podía sentir la tensión emanando de su cuerpo.
—Roier...
—¡Me dejaste! —estalló, girándose para enfrentarlo, las lágrimas fluyendo de nuevo—. ¡Te vi morir! ¡Te grité que te esperaras, que yo podía ir por él, pero no me escuchaste! ¡Nunca me escuchas cuando decides ser un mártir y sacrificarte tú solo!
—Guapito, fue solo un sueño…
—¡Pero lo harías! —lo interrumpió de nuevo, su voz elevándose—. ¡Sé que lo harías! Si fuera real, si Richarlyson estuviera en peligro, ¡lo harías sin pensarlo dos veces!
Cellbit extendió una mano hacia él, lentamente, como si temiera asustarlo.
—Roier, por favor... déjame... déjame abrazarte.
—No.
—Guapito—
—No quiero que me abraces. Quiero que me prometas que nunca harías eso. Que nunca me dejarías así.
El silencio que siguió fue ensordecedor. Roier vio la duda cruzar por los ojos de Cellbit, y eso fue como un puñal en el pecho.
—No puedes —susurró Roier, una nueva ola de lágrimas cayendo—. No puedes prometerlo.
—Roier, por favor... —Cellbit se acercó más, ignorando la resistencia de Roier y envolviendo sus brazos alrededor de él—. Por favor, guapito. Háblame. Cuéntame todo sobre el sueño.
Roier intentó resistirse, empujándolo débilmente, pero los brazos de Cellbit solo se apretaron más. Y eventualmente, como siempre, se rindió. Se dejó caer contra el pecho de su esposo, aferrándose a su camisa mientras los sollozos lo sacudían.
—Fue... fue horrible —logró decir entre sollozos—. Estaba en el barco. Todos estábamos escapando. Pero entonces te vi en la montaña. Regresando. Y yo... yo intentaba ir por ti, pero me detuvieron. Y tú... tú solo dijiste adiós y que me amabas, y luego...
—Luego la isla explotó —completó Cellbit suavemente, acariciando su cabello.
Roier asintió contra su pecho.
—Te vi desaparecer en la luz. Y sentí... sentí como si me arrancaran el alma del cuerpo. Como si una parte de mí muriera contigo.
Cellbit apretó su agarre, presionando un beso en su cabeza.
—Lo siento, guapito. Lo siento tanto.
Se quedaron así por un momento, Roier tratando de recuperar el aliento mientras Cellbit lo sostenía. Pero entonces sintió cómo el cuerpo de Cellbit se tensaba ligeramente, y supo exactamente lo que venía.
—Pero, ¿sabes? Es interesante que hayas tenido ese sueño específicamente. Porque si lo piensas bien, podría ser una especie de premonición o tal vez tu subconsciente procesando trauma pasado. O quizás..
¡ZAS!
El sonido del zape resonó en la cueva.
—¡Ay! —Cellbit se frotó la nuca—. ¿Por qué fue eso?
—Porque no es momento de ponerte a teorizar, pendejo —dijo Roier, separándose lo suficiente para mirarlo a los ojos—. Este no es un pinche misterio que resolver.
Cellbit lo miró por un momento, y Roier vio cómo su expresión se suavizaba. Levantó una mano para acariciar su pelo con ternura.
—Tienes razón. Lo siento. —Respiró profundo—. Roier, no puedo prometerte que nunca haría eso.
Las palabras cayeron como piedras entre ellos.
—¿Qué?
—No puedo prometerte que nunca me sacrificaría si significara salvarte a ti o a nuestros hijos. Porque lo haría. Sin dudarlo. Porque eso es lo que haces cuando amas a alguien. Quieres lo mejor para ellos, incluso si eso significa-
—¡No! —Roier se puso de pie abruptamente—. ¡No digas eso como si fuera algo romántico! ¡Como si fuera noble!
—¡Roier!—
—¡TÚ no entiendes! —su voz resonó en las paredes de la cueva—. ¡No entiendes lo que se siente ser el que se queda atrás! ¡El que tiene que seguir viviendo sin la gente a quien ama!
—¡Claro que lo entiendo! —Cellbit se levantó también, su voz elevándose para igualar la de Roier—. ¡Cada vez que sales con Quackity, cada vez que retas a los Cucuruchos como si fueran tus amigos, cada vez que te pones en peligro, yo también siento ese miedo!
—¡Entonces por qué harías lo mismo! ¡Por qué me harías sentir eso a propósito pedazo de imbécil!
—¡Porque a veces no hay opción pendejo! ¡Porque a veces alguien tiene que hacer el sacrificio!
—¡PERO NO TIENE QUE SER TÚ! —el grito de Roier rasgó el aire, crudo y desesperado—. No siempre tienes que ser tú el que se sacrifica. No tienes que cargar con todo. No tienes que... —su voz se quebró—. No tienes que demostrar nada, Cellbit. No a mí. Nunca a mí.
Cellbit parpadeó, sorprendido por la intensidad en sus palabras.
—Guapito...
—Todavía cargas con esa culpa de Alcatraz, de tu pasado —continuó Roier, las lágrimas fluyendo libremente ahora—. Todavía crees que no mereces ser feliz. Que tienes que pagar por tus pecados. Pero, ¿sabes qué? Ya pagaste suficiente. Ya sufriste suficiente. Y no voy a permitir que uses a nuestra familia como excusa para castigarte más.
—No es eso…
—¡Sí lo es! —Roier se acercó, señalándolo con un dedo acusador—. ¡Sí lo es, Cellbit! Y me estás matando. Porque cada vez que te miro y sé que serías capaz de dejarme, una parte de mí muere. Porque ya me dejaron antes. Ya me abandonaron. Y pensé... pensé que contigo sería diferente.
—Roier, yo nunca te abandonaría—
—¡PERO LO HARÍAS! —gritó—. ¡Acabas de decir que lo harías! ¡Me dejarías viviendo en un infierno, destrozado, roto! ¡Y llamarías a eso amor!
—¡Porque te amo! —Cellbit gritó de vuelta, su voz rompiéndose—. ¡Porque no puedo vivir en un mundo donde te pase algo! ¡Porque prefiero morir yo mil veces antes que verte sufrir!
—¡PUES YO NO QUIERO ESO! —las palabras salieron como un rugido desde lo más profundo de su ser—. ¡No quiero que mueras por mí! ¡No quiero que vivas por mí! ¡Quiero que vivas CONMIGO! ¿Entiendes la diferencia?
Cellbit se quedó en silencio, mirándolo con ojos brillantes.
—Quiero que cada mañana despiertes a mi lado. Quiero que envejezcamos juntos. Quiero verte sonreír cuando Richarlyson haga algo tonto. Quiero discutir contigo sobre teorías estúpidas a las tres de la mañana. Quiero... —su voz se quebró completamente—. Quiero una vida contigo, Cellbit. No un sacrificio heroico. No un gesto noble. Solo... tú y yo. Todos los días. Hasta que seamos viejitos y no podamos ni caminar.
Las lágrimas corrían por el rostro de ambos sin control ahora.
—Y si algún día desapareces, si algún día te llevan o te pierdo... te buscaré. Moveré cielo y tierra. Me enfrentaré a la Federación, a los Cucuruchos, al mismísimo diablo si es necesario. Pero necesito que estés vivo para poder encontrarte. ¿Entiendes? Necesito que pelees por volver a mí. No que te rindas y me dejes atrás pensando que eso es lo mejor.
El castaño se limpió las lágrimas con rabia.
—Así que si de verdad me amas tanto como dices... si realmente quieres lo mejor para mí... entonces no me tortures así. No me condenes a vivir sin ti. Porque eso me destruiría. Me mataría. Y tu prometiste no matarme.
Cellbit solo lo miraba, con la boca ligeramente abierta como si quisiera decir algo pero no pudiera encontrar las palabras.
—¿Y bien? —presionó Roier, su voz ronca—. ¿No vas a decir nada? ¿Nada de nada?
Más silencio.
—¡CELLBIT! ¡Di algo, carajo!
Y entonces, para sorpresa absoluta de Roier, Cellbit sonrió. No una sonrisa completa, sino una pequeña, temblorosa, llena de amor y asombro.
—No sé qué hice para merecerte —susurró.
Roier parpadeó, desconcertado.
—¿Qué?
—No sé qué hice en esta vida o en cualquier otra para merecer a alguien que me ame así. Que esté dispuesto a enfrentarse a todo por mí. Que me vea con todos mis defectos, con toda mi oscuridad, y aún así me elija todos los días.
—Cellbit... No hiciste nada baboso —lo interrumpió Roier, frunciendo el ceño—. Y sabes qué, ya regresando, de verdad te voy a mandar a terapia. Porque no "hiciste" nada para "merecerme". Te amo por quien eres. Punto. No porque hayas hecho algo especial o porque hayas pagado alguna deuda imaginaria.
Dio un paso hacia él.
—Y tampoco es que yo sea una perita en dulce, ¿eh? Te recuerdo que antes de toda esta mierda, yo ya tenía mis cuerpecitos atrás. Ya te estuve cubriendo las espaldas para que la Federación no te encarcelara por echarte a los empleados. Y te había dicho que te seguiría en tus planes de venganza. Porque así somos, pendejo. Nos cubrimos las espaldas. Juntos.
Cellbit soltó una risa húmeda, las lágrimas nuevamente cayendo por sus mejillas.
—Juntos —repitió, su voz apenas un susurro.
—Juntos —confirmó Roier.
Cellbit extendió las manos y tomó el rostro de Roier entre ellas, sus pulgares acariciando suavemente sus mejillas.
—Eres tan lindo cuando te pones a tan sensible —dijo con una sonrisa traviesa, apretándole los cachetes suavemente.
—Ay, cállate —respondió Roier, pero no pudo evitar una pequeña sonrisa. Tomó a Cellbit por la cintura, jalándolo hacia él—. Tú eres el que está llorando como bebé.
—Tú también estás llorando.
—Sí, pero yo me veo guapo llorando.
Cellbit río, esa risa genuina que Roier amaba tanto. Roier aprovechó el momento para acorralarlo contra la pared de piedra de la cueva, sus manos firmemente en su cintura.
—Te amo, gatinho —susurró contra sus labios—. Incluso cuando eres un pendejo con complejo de mártir.
—Te amo, guapito —respondió Cellbit—. Incluso cuando me das zapes y me gritas.
—Especialmente cuando te grito. Admítelo, te gusta.
—Bueno, no voy a negarlo…
Roier no lo dejó terminar, capturando sus labios en un beso intenso, desesperado, lleno de todo lo que no podían decir con palabras. Cellbit respondió inmediatamente, sus brazos envolviéndose alrededor del cuello de Roier, atrayéndolo más cerca.
Desde algún lugar en la distancia, se escucharon pasos apresurados y risitas mal disimuladas.
—Gracias a Dios —susurró la voz de Foolish—. Pensé que íbamos a presenciar el primer divorcio de la isla.
—Shh, shh, se van a dar cuenta que estamos aquí —siseó Jaiden.
—¡Ustedes que no saben susurrar! —añadió Slime en un susurro dramáticamente alto.
—Todos cállense, esto es mejor que cualquier telenovela —murmuró Baghera.
Pero a Roier y Cellbit no les importó. Siguieron besándose, perdiéndose el uno en el otro, como si fueran las únicas dos personas en el mundo. Cuando finalmente se separaron, ambos estaban sin aliento, con las frentes presionadas juntas.
—Prométeme algo —susurró Roier, su voz seria de nuevo.
—Lo que sea.
—Pase lo que pase... si lo que vi en mi sueño es real, si la isla explota o si hay una trampa... iremos por Richarlyson juntos. De la mano. No te separarás de mí. No te sacrificarás. Estaremos juntos hasta el final.
Cellbit lo miró a los ojos por un largo momento. Roier podía ver la lucha interna, el instinto de protección peleando contra la promesa que estaba pidiendo. Pero finalmente, Cellbit asintió.
—Juntos —prometió—. Hasta el final. Pase lo que pase.
—¿Lo prometes?
—Lo prometo.
Cellbit selló la promesa con un beso suave en su sien, después en su frente, en cada mejilla, en la punta de su nariz, hasta finalmente encontrar sus labios de nuevo.
—De la mano —susurró contra su boca.
—De la mano —repitió Roier, entrelazando sus dedos con los de Cellbit.
Y mientras se abrazaban en esa cueva oscura, rodeados de amigos entrometidos pero amorosos, ninguno de ellos sabía que ese sueño, esa pesadilla, era más que una simple creación de la mente dormida de Roier. Era una advertencia. Una bifurcación en el camino del destino.
Porque en otro universo, en otra línea temporal, ese sueño se hizo realidad. Cellbit regresó por Richarlyson. La isla explotó. Y Roier quedó destrozado, gritando el nombre de su esposo mientras el mundo ardía.
Pero en este universo, en esta línea temporal, una conversación en una cueva oscura cambió todo. Una promesa hecha de corazón cambió el curso de los eventos. Porque cuando llegó el momento, cuando la trampa se activó y la cuenta regresiva comenzó… los isleños no estaban desprevenidos.
Cellbit no corrió solo. Roier estaba a su lado, de su mano, mientras rescataban a Richarlyson juntos. Los demás cubrieron su retirada, recogiendo a sus propios niños, protegiéndose mutuamente. Y cuando el barco zarpó, cuando la isla finalmente explotó en un resplandor cegador, todos estaban a bordo. Juntos. Completos.
Porque a veces, una sola elección, una sola conversación, una sola promesa… puede cambiar el destino de todos. Un efecto mariposa que transforma una tragedia en un triunfo. Un final devastador en un nuevo comienzo.
Y mientras el barco se alejaba de los restos ardientes de la isla, con todos sus seres queridos a salvo, Roier apretó la mano de Cellbit y supo, con absoluta certeza, que habían elegido el camino correcto.
Juntos. Siempre juntos.
-Fin
