Chapter Text
—¡Date prisa querida, o llegaremos tarde! —voceaba apremiante la tía Emma desde afuera de la casa.
—¡Ya voy! —respondió la muchacha mientras seguía escudriñando en los rincones de su habitación. Llevaba buscando su pulsera de diamantes desde hacia diez minutos y temía no encontrarla —¡Caramba! ¿Por qué no está en el lugar donde la dejé? —exclamaba para sí con disgusto mientras seguía rebuscando. Volvió a revisar de nuevo en la repisa del armario donde la había conservado por tantos años: nada.
En eso Totó, sintiendo intuitivamente la preocupación de su dueña, pegó la nariz al suelo y revisó el perímetro con mucha atención. Cuando se acercó al armario, pasando al lado de las piernas de Dorothy, se escabulló hasta la orilla del mueble y comenzó a olfatear algo en la esquina. Al mirar esto Dorothy lo hizo suavemente a un lado, encontrando la preciada pulsera de diamantes arrumbada en aquel rincón.
—¡Oh, Totó! —exclamó aliviada mientras recogía la pulsera— ¡Qué chico tan listo eres! ¿Qué haría yo sin ti? —expresaba mientras lo mimaba llenándolo de amorosas caricias. El collar dorado del perro reflejaba los rayos que entraban por la ventana, haciendo que el oro resplandeciera y resaltara entre el denso pelaje gris oscuro de Totó.
Dorothy miró la pulsera y una ligera sonrisa se formó en sus labios. La invadió un profundo sentimiento de nostalgia al recordar a toda la buena gente que había conocido en la tierra de Oz. Aquella pulsera había sido un regalo de los guiñones por haberlos liberado de la Malvada Bruja del Oeste, quienes se mostraron realmente agradecidos con ella y sus compañeros porque, por supuesto, nada de eso hubiera sido posible sin el apoyo de sus queridísimos amigos.
Mientras pensaba en estas cosas, la voz de su tía la sacó de sus cavilaciones.
—¡Dorothy, vas a perder el viaje! —advertía la mujer elevando más la voz. Sin perder más el tiempo, Dorothy tomó a Totó en brazos y salió a encontrarse con sus tíos.
—¿Era tan importante eso que se te olvidó? —le preguntó el tío Henry mientras ella subía a la parte trasera del coche. Ya habían guardado el equipaje de Dorothy en el maletero y todo estaba listo para partir, pero minutos antes la muchacha anunció que había olvidado algo y rápidamente volvió a entrar a la casa a buscarlo. Aquello les produjo un pequeño retraso.
—Sí, es la pulsera de diamantes que me regalaron los guiñones —explicó la chica mirando a su tío por el retrovisor. El tío Henry solo rió ligeramente.
—Claro, querida... —dijo con una sonrisa nerviosa.
Lo cierto era que ni el tío Henry ni la tía Emma creían del todo aquella historia del país de Oz. La primera vez que Dorothy les contó sus aventuras la pareja se miró con consternación. Supusieron que, después de que aquel terrible tornado les hubo arrebatado su hogar y a su querida sobrina, esta, por milagro divino, había de alguna manera descendido a tierra, amortiguando su caída de alguna forma. Sabían que Dorothy siempre les hablaba con la verdad, así que atribuyeron aquellos relatos a un delirio provocado por un fuerte golpe en la cabeza. Nunca se atrevieron a contradecirla al respecto.
Por supuesto, Dorothy no era tonta, por lo que siempre supo que sus tíos no le creían. Aquello le irritaba un poco, pero tampoco se molestaba en debatirlo. Desvió su mirada algo decepcionada. El tío Henry se apresuró a encender el coche y a pensar en algo para aligerar el ambiente tenso que se había formado.
—¡Bueno! Ya que vamos con un poco de prisa, voy a conducir un poco más rápido que de costumbre. ¡Sujétense bien! —anunció el hombre. El auto, luego de hacer un chirrido horrible para encender, pues era un coche ya viejo, se puso en marcha.
Dorothy miró por última vez su casa. Aquel lugar que el tío Henry había construido luego del desastroso tornado que se la había llevado a ella y a su anterior casa. No era una casa muy grande, y mucho menos muy bonita, pero incluso en aquellos parajes grises y áridos de Kansas Dorothy había logrado sentirse en su hogar.
Finalmente fue alejándose cada vez más y más a medida que el coche avanzaba. Pensó en que tal vez debió de echar un último vistazo a su habitación también, para que no se le olvidase nunca cómo era. Parecía que también Totó iba a extrañar su casa, pues se unió a Dorothy a mirar por la ventana del coche hasta que finalmente desapareció de la vista.
Condujeron hacia el este en un viaje de tres horas por carretera. En el camino, el tío Henry y la tía Emma conversaron sobre lo bien que le había ido a la granja en los últimos años gracias a Dorothy.
Ya que la muchacha había decidido empezar a estudiar botánica sus conocimientos ayudaron a mejorar los cultivos, de modo que la granja comenzó a prosperar poco a poco. Con el dinero que lograron recabar, la pareja compró una casa para Dorothy en la ciudad de Whichita (aunque desearon acompañarla, no podían dejar la granja, pues debían todavía trabajar en ella). Cuando Dorothy se mudó pudo, por primera vez en su vida, asistir a la escuela. Por supuesto, extrañaba tanto a sus tíos que en el verano regresaba a vivir con ellos.
Claro que la muchacha había sido educada en casa y sabía leer, escribir y hacer operaciones matemáticas básicas; pero la escuela le había resultado un ambiente completamente novedoso. Aquellos aires, aunque extraños al inicio, le sentaron bien. A pesar de que nunca había convivido con chicos de su edad, Dorothy era una niña amable y alegre, por lo no tuvo muchos problemas en hacer amigos a pesar de no tener práctica socializando.
Al cabo de poco tiempo estudiando, Dorothy demostró ser muy dedicada. De modo que, al cabo de unos años, logró ser acreedora a una sustanciosa beca. Cuando ambos tíos se enteraron de eso, no pudieron sino alegrarse enormemente por su querida sobrina, quien ahora podría tener una vida más cómoda y sin carencias. Inmediatamente fue inscrita en un college de la universidad de Oxford. Por supuesto, para ello Dorothy tendría que mudarse a Inglaterra.
—Tus padres estarían muy orgullosos de ti —dijo de repente el tío Henry con una sonrisa. Dorothy no sabía bien qué decir, pues había quedado huérfana a muy temprana edad y no tenía ningún recuerdo de ellos, lo cual la entristecía. Debido a ello no hablaban mucho al respecto. Cuando sus ojos se vieron apesadumbrados, la voz de la tía Emma la hizo voltear nuevamente hacia adelante.
—Ellos te amaban mucho, Dorothy. Las caras que tenían cuando llegaron a casa y te presentaron con nosotros no tienen precio —rió, y continuó con la anécdota— ambos eran muy energéticos, celebraron como locos e hicieron un escándalo cuando diste tus primeros pasos. Se les veía tan alegres... —suspiró con melancolía, pero se repuso y le dirigió a su sobrina una cálida sonrisa—. Eras la luz de su vida, nunca lo olvides.
Una sensación agradable invadió el pecho de la muchacha. Saber que al menos fue una niña amada por sus padres la hacía sentir agradecida, incluso si no tuvo la dicha de vivir una vida con ellos.
—Gracias, tía Emma —respondió dulcemente y volvió a dirigir su mirada a Totó, quien se había quedado profundamente dormido en su regazo.
Al llegar al puerto, faltaban unos minutos para que el barco partiera a Inglaterra. La tía Emma fue la primera en soltar el llanto.
—¡Oh, mi querida Dorothy! ¡Creciste tan rápido! Parecería ayer cuando llegaste a la granja, una pequeña bebé saltando y riendo con tanta alegría... —decía mientras se limpiaba las lágrimas. Dorothy se abochornó y sus mejillas se pusieron coloradas de escuchar aquello.
—Cuídate mucho, hija —deseó el tío Henry, quien también hubiera llorado si no hubiese intentado mantener la compostura.
Dorothy rápidamente los apretujó entre sus brazos, deseando no separarse de ellos. Las lágrimas se le escurrieron por la cara cuando sintió las manos de sus tíos pasando por su cabello en un tierno gesto cargado de amor. Aunque su tío Henry solía llamarle hija a modo de cariño, Dorothy realmente sentía a sus tíos como sus padres.
Cuando se separaron, Dorothy les dirigió una sonrisa dulce, de esas que la muchacha hacía cuando las cosas iban muy bien y sus tíos, solo con verla, se contagiaban de aquella alegría.
—¡Haré mi mayor esfuerzo! —declaró tomando las manos de la tía Emma. Luego escuchó la bocina del navío, anunciando que partiría pronto. Dorothy tomó a Totó en brazos junto con sus maletas y se alejó de sus tíos— ¡Prometo escribirles siempre! —gritó mirando una última vez hacia atrás.
Luego, Dorothy abordó el buque y se hizo a la mar sin más demora.
